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Posts Tagged ‘Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina’

Nos mudamos a Factor 302.4, un energizante que no subestima las autodefensas naturales del cerebro.  ¿Y por qué le habrán puesto Factor 302.4? Aquí está la respuesta.
Te agradeceré que al actualizar en tu blog tus enlaces favoritos reemplaces Magia Crítica por Factor 302.4, cuyas coordenadas son:

http://factor302-4.com.ar

También podés visitar el blog del libro Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Sudamericana, 2009) entrando en
http://invasores-ellibro.com.ar

¡Gracias por tu visita!

Alejandro Agostinelli

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Avatar (Cameron, 2010)No me tiré de cabeza al cine al estreno de Avatar. Última vez. Si bien hice lo posible por llegar a mi butaca virgen, con gambetear a los críticos no alcanza: una legión de amigos, familiares y hasta lectores de este blog avanzaron a codazo limpio para explicarme por qué Avatar les hizo vivir su primera experiencia mística, por qué pese a su fastuosidad el guión es flojo y hasta lugares comunes que reclaman no perder de vista que el cine es, ante todo, entretenimiento. Sabía poco del argumento (ni siquiera había visto el trailer) pero ya me había contaminado con toda clase de teorías: “es el primer alien anti-imperialista que surge de las entrañas de Hollywood”, “una-peli-más-sobre-la-eterna-lucha-de-bien-contra-el-mal (Lección 1 de la Escuela Lerer de Crítica Cinematográfica) o “el final es totalmente previsible” (diatriba que se muerde la cola y habitual entre los que predican con el diario de ayer).
Como digo, me resultó imposible sustraerme de las influencias ambientales, que te restan algunos grados libertad a la hora de disfrutar de una película que promete tres horas que no sabés si serán de goce o desesperación. Hoy, agradezco haber zafado de los críticos y que en la decisión de ir de una maldita vez prevaleciera la opinión de mi tía Tota: “Nene, andá a verla, a vos no te queda más remedio”. Solté como pude el lastre de prejuicios y me arriesgué a vivir mi experiencia, con la paz que da saber que nadie me va a pedir una crítica –felizmente, nunca me dediqué al rubro-.

NeytiriDoy mi opinión sin atenuantes: disfruté de Avatar como un marrano. En general, sé que una película me gustó cuando al levantarme de la butaca quiero liquidar a patadas voladoras a enemigos virtuales o siento ganas de volar. Y de Avatar salí caminando sobre las nubes. No voy a decir que me haya gustado porque es un alegato a favor de la protección de la naturaleza o porque denuncia el desprecio humano por otros-inferiores, sin importarles aniquilarlos con tal de obtener riqueza. No, creo que ningún público necesita ver ficción para enfrentar a una realidad palpable, visible en la calle o en los noticieros. Ya no recuerdo quién escribió que Avatar es de una puta belleza (o de una belleza puta, acaso porque la peli fue acusada de acostarse con antecesores sin dar créditos).

Si bien el eje del conflicto es algo näif, la historia avanza fluidamente, no hay pasos forzados, y el despliegue visual es de un lujo nunca visto. Tampoco había visto una película en 3-D donde las recreaciones digitales tuvieran la misma definición que los actores humanos. Ni una escenografía extraterrestre donde cada floripondio, cada colmillo, cada filigrana, cada tatuaje fuese elaborado cuidando hasta el más mínimo detalle. Los habitantes de ese otro mundo que es Pandora atacan a los ovnis de los invasores terrestres con arco y flecha. Su magia es pura destreza, aunque atribuyan sus talentos a fuentes de inspiración sobrenaturales. Cosas como esas ayudan a creer que algún espectador haya querido matarse porque, salvo en el Paraíso, no existe nada parecido a Pandora. Que los méritos técnicos de una película inviten a fusionarse con una cosmovisión salvaje se me antoja una paradoja fascinante.
Hasta aquí, la invitación al cine: podés suspender tu lectura. Lo que sigue, para el que ya la vio. O para el que decidió que no la verá.

Jake Sully y su avatar en estado fetalNOTICIAS DEL FUTURO. En un apretado resumen Lerú, nuestro protagonista, el marine Jake Sully, es reclutado por una corporación para una misión en Pandora, luna distante a 3 años y pico de hibernación de la Tierra.
De Sully hay que destacar dos cuestiones: 1) llegó a Pandora para relevar a su hermano gemelo muerto en un asalto (la misión requería que tuviera el mismo ADN) y 2) perdió movilidad en sus piernas luchando en Venezuela (al parecer, los sucesores de Hugo Chávez deberán esperar hasta el año 2.154 para que EE.UU. continúe la guerra por el petróleo). ¿Qué se propone la corporación en Pandora?  Extraer un mineral rarísimo, que cuesta un ojo de la cara y soluciona los problemas energéticos de la Tierra. Por desgracia, los na’vis, así se llaman sus habitantes, han construido su aldea justo encima de un gigantesco yacimiento del valiosísimo mineral.
En su primer paseo por el planeta, Sully se distrae enfrentando a un rinoceronte alienígena enfurecido y el jefe militar de la operación aprovecha el accidente para cambiar sobre la marcha el objetivo de su misión. Ya no acompañará a la expedición científica: ahora deberá infiltrarse entre los nativos y convencerlos a mudarse de allí. El malísimo militar no sólo no tiene tiempo para entrenar a su agente encubierto sino ni siquiera para conocerlo: toda la tecnología de la pérfida corporación no alcanza para leer las dudas existenciales que convertirán a Sully en traidor.

James CameronREENCARNACIÓN HIGH TECH. Sully entra en la vida de los na’vis gracias a una especie de teletransportadora de identidad: una copia virtual de su cerebro entra en el de su clon, una criatura alta como una jirafa, azul como un Pitufo y ágil y temerario como Tarzán. Pese a su contextura física, externamente indistinguible de un natural de Pandora, es como un bebé de probeta que debe aprenderlo todo. Años de ufología avalan mi primer bocadillo: el humanoide es una suerte de clon temporal que reasume su identidad en un cuerpo ajeno. Ya en los años cincuenta, espiritistas como Jorge Duclout incorporaban en trance al espíritu de “un ingeniero de talento” que viajaba por Ganímedes y traía a la Tierra información sobre los pobladores de la luna de Júpiter. Tampoco es distinto de lo que hacen los contactados cuando “canalizan” directamente a extraterrestres. O un walk-in, como los ufólogos llaman a quienes afirman ser encarnaciones alienígenas en la Tierra. En Avatar hay una inversión de roles: Sully es un extrapandoriano (en la película le llaman «alienígena»), un terrícola en otro mundo metido en el cuerpo de un nativo (mejor dicho, de un falso nativo). Como Duclout y otros médiums, el soldado queda tendido sobre su camilla mientras su mente “viaja” incorporándose en un cuerpo na’vi, al que maneja en trance como si fuera a control remoto. Por eso Sully es un avatar, de ahí el título. Jorge Duclout, argentino en trance (Fuente: O Cruzeiro)El premio a su valor será un par de piernas nuevas. Pero a los genios de la multinacional recién después les cae la ficha. Mientras está guardado en su cripta cibernética, nuestro héroe experimenta una ventaja más interesante: disfruta endemoniadamente de su condición extraterrestre, tanto que en apenas tres meses Neytiri, la princesa na’vi, le enseña todo sobre su civilización, respetuosa de la materia viva y armónicamente integrada con la naturaleza, al punto que ellos mismos conectan con la fuente de alimentación que nutre a Pandora. Sully aprende el dialecto na’vi, aprende a dominar y luego a cabalgar un pterodáctico. Ingenuamente, cuando comienza a descubrir que está en el bando equivocado, revela en la bitácora que lleva en un videoblog que los na’vi jamás se rendirán. Confesión que acelerará los planes de la invasión terrícola.

¿Pandora en 1957?¿ACHAQUE O INSPIRACIÓN? La filosofía de los extraterrestres recreados por James Cameron -segundo bocadillo- engarza con la épica panteísta (“todos somos uno con la Tierra”). Lo que desafía la tentación de tacharlo de sermón esotérico es su viraje racionalista: la conexión entre las diferentes criaturas se da a un nivel neuroquímico: en Pandora subyace una red neuronal. No es el alma de Gaia sino su transposición posthumanista. Eso, que le ha molestado a los adversarios de la new-age, a mi me parece un tiro por elevación a la creencia según la cual la única religión posible debe respetar la tradición judeocristiana. Aunque Sully, un gran avatar, logrará sobreponerse hasta la resurrección: ungido en Mesías por aclamación, el venido de la Tierra descubrirá el secreto capaz de derrotar al Mal. De acuerdo, mi argumento es imperfecto. Pero, si está errado, también habría que cargarse a las profecías de los transhumanistas, quienes pintan de ciencia a una religión tecnificada.

Como sucede con cada éxito hollywoodense, muchos hablaron de inspiración excesiva o de plagio liso y llano. ¿Que tiene la trama de Pocahontas? ¿Que recuerda a El Rey León? ¿Qué es una versión aggiornada de Danza con Lobos? ¿Qué la conversión de Jake no es sino una remake de Apocalipsis Now en clave alienígena? En Aliens, también con Sigourney Weaver, los astronautas son forasteros que invaden un planeta ajeno, aunque a nadie se le iba a ocurrir simpatizar con huéspedes despojados de la gatuna belleza de Zoe Saldana (Neytiri). La primera Alien (el octavo pasajero), fue idea (ejem, esto también es discutible) de Ridley Scott: Cameron dirigió Aliens, el regreso, la segunda parte.

Call me JoeEl director de Avatar ha reconocido algunas influencias, empezando por la saga marciana de Edgar Rice Burroughs, creador de Tarzán. Tampoco hay que ir tan lejos si el plan es restarle originalidad. La caracterización del terráqueo aliado con los oprimidos de otros mundos y la escena final contra el enemigo enfundado en un exoesqueleto remiten a la contemporánea District-9. Ahora bien, ¿cuántas producciones culturales pueden presumir una singularidad radical? “Si los argumentos son de una cantidad finita, como muchos han esgrimido, en más o menos cuatro mil años de historia literaria ya deben de haberse narrado y recombinado todos”, escribe mi amigo F.G. Mazzeo en el prólogo de sus Ejercicios para la mano izquierda (Antilibros, 2009). Coincido: en general, conviene ser prudente ante las primeras acusaciones de plagio.

S4w-RogerDean021El reparto de críticas pasó desde las virulentas y dudosas hasta las realmente sugestivas. Un blogger comparó a los felinos hominizados de Pandora con los que aparecen en Time Spirits, una historieta de Tom Yeates y Steve Perry. Jane Anders, en el site io9 (en español, ver los blogs de Francisco Ortega y Ahuramazdah, de Keith Coors) compararon paisajes, situaciones y animales del reino de Pandora con los dibujos de Roger Dean, ilustrador en los setenta de las portadas de grupos de rock como Yes, Osibisa y ABWH, entre otros.

MorningDragon1024x768El cargo más grave partió –en octubre de 2009- de aficionados a la era de oro de la ciencia ficción, aquella que el propio Cameron admite haber leído durante su adolescencia. Reclaman que debería haber citado a Poul Anderson, autor del cuento Call me Joe (descargar Llamadme Joe, 1957). Es protagonizado por Ed Anglesey, un parapléjico que se contacta (en este caso, telepáticamente) con una forma de vida artificial. Como Jake Sully, Ed disfruta de su nuevo cuerpo. Cuando completa el proceso de adaptación, va tornándose nativo. En los cincuenta, escritores de ciencia ficción y contactados se proyectaban a planetas vecinos. Anglesey no explora a Pandora sino a Júpiter.

Como el espíritu que se comunicaba con Duclout.

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Francisco García, el contactado que en 1973 predijo un aluvión de ovnis en Chascomús (atrás, Javier Alfonsín, hijo de don Raúl).Una de las historias que investigué con más entusiasmo para Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Sudamericana, 2009) fue la profecía de Francisco García, un contactado que decía ser “comandante de las fuerzas de Marte en la Tierra y marciano por parte de madre a nivel de la tercera reencarnación”. En 1973, García revolucionó a la localidad de Chascomús, provincia de Buenos Aires, y a la audiencia de Canal 13, cuando anunció que el contacto con los marcianos era inminente. “El próximo sábado, cincuenta platos voladores van a descender sobre la Laguna de Chascomús. No serán cuarenta y nueve ni cincuenta y uno, sino exactamente cincuenta platos”, dijo García el 16 de agosto de 1973 a Víctor Sueiro en Teleshow, un programa de entrevistas que compartía con José de Zer, entre otros.

La profecía de García falló y la historia hubiese podido terminar ahí. De hecho, don Alfredo D’Alessandro, por entonces socio del Club de Pesca y Náutica de Chascomús, despachó el asunto en poco más de dos minutos:

Ese capítulo de la ufología argentina, titulado Mi marciano favorito, iba a quedar inédito: ante la imposibilidad de dar con indicios de Francisco García, me propuse reencontrar y visualizar los archivos de las diferentes emisiones de Teleshow, que se ocupó del tema durante una semana, antes de poner manos a la obra; pero ni Canal 13 ni los principales documentalistas porteños sabían nada de aquel rodaje. Una luz de esperanza asomó cuando Sueiro me dijo que guardaba algunas cintas y podía mostrármelas. Lamentablemente, el periodista falleció antes de reunirnos y su familia no tuvo suerte cuando buscó el preciado material.
Casi sin darme cuenta, la reconstrucción de la odisea marciana había comenzado. Aparte del propio Víctor Sueiro, entrevisté a varios protagonistas secundarios (Adalberto Ujvari, José Eduardo Bonavita, Luis Urruti, Alfredo D’Alessandro, Abelardo Tejo y Juan José Castro, entre otros) y visité Chascomús para imaginar lo que menos posible lo que debió ser “la escena del contacto”. Luego logré hallar al legendiario Normando Anuar Busefi, otro profeta de extracción peronista –hoy internado en un neuropsiquiátrico- que respaldó el vaticinio de García y cuyo derrotero y destino merecieron un amplio despliegue en el libro.

También intenté reflejar el clima de la época: poco antes había vuelto a la Argentina el general Juan Domingo Perón, se produjo la masacre de Ezeiza, Estados Unidos huía de Vietnam del Sur, en Chile crecía el fantasma del general Augusto Pinochet, las sondas Pioneer partían al espacio profundo con un mensaje a posibles extraterrestres, la revista 2001, periodismo de anticipación era rebautizada “periodismo de liberación” y el diario Clarín comenzaba a publicar El regreso de Osiris, una novela gráfica de Alberto Contreras que mezclaba ciencia ficción, ufología y religión.
En Mi marciano favorito intenté poner en perspectiva a los profetas que prometen grandes revelaciones sobre realidades extraterrestres. Pero, también, quise mostrar cómo actúan los diversos actores antes, durante y después de la instancia de agitación social que causan estos pronósticos. Y que -cuando la profecía falla- poco se gana “apaleando” al profeta: el ensañamiento supone ignorar que siempre hay visionarios rondando por ahí y que, si tienen alguna influencia, es gracias a los periodistas, ufólogos, aficionados y, por supuesto, empresas periodísticas a las que “tanto les interesa” mantener al público bien informado. Ironía ésta que captará el buen lector de Invasores.

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Si ves una vaca volar, creéme es el título del capítulo de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina dedicado a explorar la oleada de mutilaciones de ganado que azotó a nuestro país en 2002. Aquella historia es una historia sobre muchas otras historias. Salvo la del paisano a quien un plato volador hurtó el teléfono móvil (el caso de Raúl Dorado, protagonista del capítulo Fuera del área de cobertura), la saga de las vacas mutiladas no proporcionó ninguna Gran Historia. Quiero decir, no encontré a nadie que jurase haber visto a un chupacabras mientras abducía una vaca, casos como el de la señora turca a la que se le cayó una vaca encima, o episodios parecidos al comercial donde un platillo secuestra a la esposa de un testigo y le restituye una vaca. Ni siquiera me tropecé con relatos de la especie más previsible, como personas que hubiesen afirmado haber visto vacas volando. Bueno, esto último es lo que acaba de suceder en Rosario, Santa Fe. El lunes 5 de octubre, en la localidad de Puerto Gaboto, un matrimonio (Laura y Sergio), asegura haber visto y fotografiado a una vaca en aire mientras era abducida por un plato volador.

Elusividad_CosmicaPLATILLOS FANTASMAS. Destaco que la pareja jura haber visto la escena fotografiada porque en los últimos años han ganado en prestigio las apariciones de ovnis fortuitos o invisibles. El detalle amerita una digresión, que retomo de un reportaje que hace poco hizo Andy Kusnetzoff a Fabio Zerpa en su programa Perros de la calle. “Desde mediados del siglo XX hasta ahora los extraterrestres han tenido tiempo de desarrollar una tecnología tan elevada que escapa a la captación física”, dijo el ínclito ufólogo uruguayo. Esta sería la razón por la cual casi no hay testigos visuales directos sino fotografías de aquellos objetos que el ojo humano es incapaz de ver.
La tesis según la cual existen fenómenos extraordinarios que escamotean obstinada y deliberadamente la evidencia (lo cual los vuelve inaceptables para la ciencia terrícola, empacada en buscar pruebas) tiene sus investigadores de campo, como el platense Luis Burgos, autor de un flamante catálogo de avistamientos ovni poblado en gran parte por “ovnis fantasma”, y hasta sus teóricos, como el sevillano Ignacio Darnaude Rojas-Marcos, quien acaba de plasmar estas ideas en Principio de Elusividad Cósmica (Editorial Nous, 2009).

Invasores Invisibles 3bLA PERFECCIÓN EVANESCENTE. En Invasores llamo a la noción Factor Evanescente:

“Las evidencias son tan frágiles que pueden ser ilusorias. Menos para sus protagonistas, que nos hablan de sus incursiones a través de paisajes oníricos a ojos profanos. Ahora bien, ¿cuáles son esas fuerzas que nadie más puede ver? ¿Qué las desencadena? Hay influencias culturales que, como la tecnología moderna, son indiscernibles de la magia. Con el tiempo, algunas de estas historias se impregnan del don de la infalsabilidad, tornándose incomprobables. Esta transparencia tiene su encanto: le da a estos incidentes una cualidad de ensueño. Las pruebas –a favor o en contra– tienden a desaparecer. Si el efecto es acumulativo, la retórica de la invasión extraterrestre se edifica con bloques casi inmateriales”.

Estos argumentos recuerdan a los de la teología para justificar la intangibilidad de las manifestaciones divinas: los ángeles se presienten, la vírgenes exhiben Su Gracia a un puñado de elegidos y se reconoce a un hada cuando una doncella pide agua pura para beber. En la misma línea, los extraterrestres ahora sólo son captados mediante instrumentos tecnológicos. La naturaleza evasiva de estos fenómenos vuelve a las alegaciones sobre su existencia (y a los de su inexistencia) en infalsables perfectos. Por esta razón, Invasores iba a llamarse Invasores invisibles. Editorial Sudamericana descartó el título porque podía alejar al lector excesivamente suspicaz (aclaro que estuve en desacuerdo hasta que Invasores, a secas, me empezó a gustar).

ManoY SI LAS VACAS VUELAN ¿QUÉ? Si tuviste la paciencia de ver el reportaje que le hizo Canal 3 de Rosario, el testimonio de Laura puede parecer irritante: casi no aporta información aparte de lo que parece mostrar la foto: un garabato blanco, la presunta vaca en vuelo, y una manchita oscura superior, a la que llama plato volador. Ahora bien, ¿cuándo este asunto se pone interesante?
El estado de gracia -creo yo- es lo que sucede cuando alguien otorga una cualidad superlativa a la relación entre ambos objetos, y esta relación es trasvestida en noticia. El modesto proceso de construcción cultural de esta pareidolia –dos manchas en el cielo + un micrófono que disemina el concepto entre miles de espectadores- supone un maravilloso acto de fe: propone saltar de una dimensión de la realidad a otra. Con la misma información que Laura concluye que las vacas vuelan (y el noticiero decide que esa relación constituye un hecho noticiable) es posible hablar de dos pajarovnis, o de un pajarovni y una mancha. (La segunda interpretación, por supuesto, no es noticia: ¿a quién le importa la foto de un pájaro?).
Para un escéptico que predica la racionalidad, hablar de extraterrestres es una superstición ridícula que urge exorcizar. Dirá que si nadie ataja el disparate a tiempo (por ejemplo, lanzando una burla igualmente espectacular), este documento será recordado como el primer registro fotográfico de la abducción de un rumiante.
Tengo para mí que estas prevenciones son un tanto exageradas. Entiendo que ninguna de las dos afirmaciones (la vaca voladora o la gaviota) cambiará el curso de la Historia. Es más, si no lo hizo la transmisión en directo por la CNN de un ovni sobrevolando Washington D.C durante la asunción de Barack Obama, que pudo ser interpretado como una bendición cósmica precognitiva al inminente Nobel de la Paz, menos lo hará esta fotografía.
Yo me quedo con el potencial impacto simbólico de la escena. Una escena que sugiere más de lo que muestra.
MIMNIO… ATHESA… EIOIOIO Salvando las distancias, pienso que estos tropezones culturales (donde hay engaño e inocencia, cinismo y buena fe, aprovechamiento y auténtica perplejidad en alguna o distintas proporciones) pueden ser enfocados como exquisitos ejemplos de arte involuntario.
En Belleza Americana (Sam Mendes, 1999), Ricky, el chico maniático enamorado de la hija de Lester, filmó una bolsa de plástico bailando en el aire. Cuando le mostró el video a la chica, le explicó poéticamente por qué ese acontecimiento azaroso fue lo mejor que había filmado en su vida.
Es una escena que hace soñar al espectador, lo transporta a reflexionar sobre la belleza en términos infrecuentes. Ya lo dijo El Mano cuando describió en El Eternauta el inmenso e intenso legado cultural acumulado en una simple cafetera: lo bello también existe en un artefacto mínimo, aparentemente banal. Es aquello que nadie mira y sólo algunos son capaces de ver. Todo depende de los ojos que lo ven.
Quiero decir: muchos platos voladores son bolsas de plástico suspendidas en el aire.

Enlaces:

La vaca y el ovni, la dimensión desconocida en el cielo de Puerto Gaboto

Blog de Invasores-ellibro

Addenda: Tiempo después pude leer el ejemplar informe sobre el caso Gaboto de Leopoldo Zambrano Enríquez, el coincidente análisis en el blog de Tachi y al informe de Alerta Pseudociencia. Yo llegué a las mismas conclusiones «a ojo clínico». Es decir, sin mérito alguno. Pero es grato descubrir tanta voluntad puesta al servicio de aclarar un caso fotográfico. Toda una reivindicación de que algunas «investigaciones de gabinete» pueden ser muy útiles. Al menos muchísimo más que «investigaciones de campo» que no pretenden descubrir ninguna verdad sino agitar especulaciones simplistas o disparatadas. ¡ Felicitaciones amigos !

Descargar informe completo de Leopoldo Zambrano sobre el caso Gaboto (6.o7 MB)

Entrevista al matrimonio que tomó las fotos de Silvia Pérez Simondini (VISIÓN OVNI).

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La zona ocultaEl periodista español David Benito me entrevistó en La Zona Oculta, un programa dedicado al misterio. Hablamos de Invasores, sus casos más extraños y aquellas experiencias que obligan a los testigos a enfrentar a un mundo incrédulo.
Max Seifert grabó el programa. Gracias a su atención lo podés escuchar aquí mismo:

Enlaces
La Zona Oculta

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Patricia Sosa, en la entrevista de Ari Paluch en el programa Tendencias (8/8/09, Canal 9).

Yo sé que unos cuantos lectores de este blog lo van a tomar en solfa, pero conviene hacerse a la idea: muchas de las personas que aseguran haber vivido contactos con seres alienígenas sufren cambios de conducta. A veces estos cambios incluyen su alimentación. La cantante Patricia Sosa, por ejemplo, se volvió vegetariana. Hace ocho años, ascendió a Los Terrones (cerca del cerro Uritorco, Capilla del Monte, Córdoba), para compartir con dos amigas un encuentro cercano. El objetivo era bastante explícito: la mujer que las guió a vivir la experiencia que indujo a Patricia a modificar sus hábitos alimentarios era una contactada.
Convengamos en que no debe haber nutricionista más persuasivo que una criatura del espacio exterior sugiriendo seguir una dieta lactovegetariana. Es más, sospecho que la naturaleza misma del consejo reduce en grado superlativo su monstruosidad. Contrariamente, en la abundante narrativa sobre encuentros cercanos no sobran casos donde los propios alienígenas recomiendan lechuga o milanesa de soja. Estas indicaciones en general proceden de quienes se postulan como intermediarios. De hecho, fue la contactada que acompañaba a Patricia Sosa quien le sugirió añadir ensalada a su vida. Pero no perdamos el hilo de la historia.

LUCES. El sábado pasado, en un programa de Canal 9, Patricia Sosa contó que -pese a que “mucho no creía”- cierta noche de 2001 vio cómo “cuatro naves sobrevolaban las copas de los árboles”. En realidad, un poco debió creer. De lo contrario no hubiese dedicado a los extraterrestres una canción: en el mismo reportaje recuerda haber visto a su primera nave “dos meses antes”, experiencia que le inspiró el tema Luces (que podés escuchar mientras leés esta nota).

Pero lo más interesante sucedió después, en su segunda experiencia; cuando, a pedido de la contactada, Patricia les cantó a “ellos” su canción. Ya impresiona imaginar la poderosa voz de la rockera cantando a capella, en el abismal silencio de las sierras, su himno al misterio. Pero su alucinante interpretación ante un improbable auditorio de otro mundo era nada más que el preludio: algo más increíble estaba por suceder.

LA CARNE INHIBE LA TELEPATÍA. Cuando Patricia Sosa terminó de cantar, “el cerro se encendió como una luz de neón y salieron por lo menos veinte naves”. Entonces, la cantante se preguntó: “¿Por qué a mí? ¿Por qué otra vez es mi voz la conductora de esto? A mí me hicieron saber que están (…) Y pensé: ‘¡Dios mío que se ilumine algo porque nos vamos a caer’. (…) Y cuando terminé de pensar, una luz me iluminó todo el camino. Y la señora, que iba adelante, se dio vuelta y me dijo: ‘¿vos sabías que la carne tiene una toxina que inhibe la telepatía? Deberías dejar de comer carne’. Cuando llegamos estuvimos llorando con mis amigas desde las cinco hasta las seis de la mañana, y dejamos de comer carne las tres”.

Ufologia radical. Manual de contacto autónomo con extraterrestres. Por Men In Red (M.I.R.)PARA LA VISIÓN MARXISTA, ZANAHORIA. Ya en los setenta, los peruanos Sixto y Carlos Paz Wells, fundadores de la Misión Rama, incluyeron en sus instructivos seguir “una alimentación sana, inclinándola al vegetarianismo” para “mantener el cuerpo limpio de impurezas”. El grupo halló en los vegetales el elixir que los preparaba “mental, física y espiritualmente” para recibir los “cristales de cesio”, como llamaban a una descarga de energía invisible que les iba a permitir entrar en contacto con los extraterrestres.
De ahí en adelante, el menú verde fue condición insoslayable para facilitar el encuentro con seres de otros mundos. Hábito que abarca a los marxistas de Men In Red (M.I.R.) un grupo contactista italiano inspirado en los trotskistas argentinos J. Posadas y Dante Minazzoli. Materialistas al fin, en su libro Ufologia radicale Manuale di contatto autonomo con extraterrestri (Castelvecchi, 1999, P. 166), el M.I.R. defiende incorporar zanahoria y arándano a la dieta para “mejorar el potencial ocular” durante las jornadas de cacería ufológica.

EL TABÚ DE LA CARNE. “Cuando la carne de los animales es asimilada como alimento por el hombre, le transmite, fisiológicamente, algunas de las características del animal a que pertenecía”, escribe Helena P. Blavatsky en Clave de la Teosofía (Kier, 2007, p. 239). Si bien es cierto que el vegetarianismo se origina en el budismo, el hinduismo y el jainismo, fue la Sociedad Teosófica fundada por Blavatsky -una religión occidental parcialmente inspirada en cosmogonías hinduistas- donde se encuentra el antecedente más crudo y directo que remite a la creencia de que la ingesta de carne conduce a la “animalización” del hombre. Su doctrina, poderosamente influida por el espiritismo, es uno de los más claros puntos de anclaje del contactismo contemporáneo.
Algunas vivencias proponen paradojas inquietantes. En la investigación que realicé para Invasores – Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Sudamericana, 2009, P. 248) tropecé con el curioso caso del peón rural Oscar Flores. Los ufólogos de La Pampa, Raúl Chávez y Ester Urban, siguieron el caso por una buena razón: Flores coció y cenó carne de vaca mutilada. “Durmió diecinueve horas seguidas”, me contaron. Luego “comenzó a desplazarse más erguido, sus dolores óseos disminuyeron y desapareció un leve estrabismo que sufría en su ojo derecho”. Contra todo pronóstico, Raúl y Ester no sólo desaconsejan esta clase de parrilladas: hoy abandonaron por completo el asunto.

Joe Simonton y su torta extraterrestreEL BUEN ET PREFIERE TORTAS DE SALVADO. No es el sentido de estas líneas informar que estudios recientes confirman que los adultos mayores que consumen poca vitamina B12 se arriesgan a padecer atrofia o encogimiento cerebral. Sí lo es recordar que el alimento como portador de verdades celestiales aparece en los primeros relatos de encuentros con extraterrestres. La mañana del 18 de abril de 1961, Joe Simonton, un granjero avícola residente en Wisconsin, descubrió que un disco cromado había aterrizado en su patio. En el interior de la nave vio a tres hombrecitos que freían tortas sobre una parrilla. Le regalaron tres a cambio de una jarra con agua. Simonton probó una. “Sabía a cartón”, musitó. El doctor Joseph A. Hynek lo encontró sincero y, en nombre de Fuerza Aérea de los Estados Unidos, envió una porción al Laboratorio de Alimentación y Medicina del Departamento de Sanidad, Educación y Bienestar Público. El análisis de la torta extraterrestre concluyó que estaba compuesta de grasa hidrogenada, almidón, cáscaras de trigo negro, cáscaras de soja y salvado. A diferencia de Raúl y Ester, Hynek no consideró pertinente controlar cómo evolucionaba la salud de Simonton.

PARA LA HADAS, HARINA DE AVENA. Jacques Vallée, en Pasaporte a Magonia (Plaza & Janes, 1976, P. 53), comparó el caso de Simonton con el de Pat Fenny, un irlandés del siglo XIX que un buen día atendió a una mujercita en la puerta de su casa. Ella le pidió un poco de harina de avena. Tenía tan poca que le ofreció papas. Pero como quería avena, acabó dándole toda la que tenía. Al otro día, el recipiente estaba colmado de harina de avena. El testimonio de Fenny sobre el milagro de la multiplicación de la avena fue recogido por el antropólogo Walter Evans-Wentz en su obra The fairy-faith in Celtic countries (H. Frowde, 1911). Para un paisano conocedor, no cabía la menor duda. Esa mujer era una hada porque ellas no sólo hacen milagros: no comen nada salado y beben agua pura. Vallée, doctor en astrofísica (aunque para este libro pidió a sus editores disimular sus oropeles académicos), hizo notar que los extraterrestres le habían pedido agua a Simonton e indicó que la torta, tras el análisis, no había arrojado presencia de sal. Pasaporte a Magonia incluye otro dato sobre el cual Vallée ha preferido no insistir: según la tradición céltica, las hadas, cuyos encantos gastronómicos pretenden apoderarse del alma de los granjeros generosos, sólo comen carne fresca.

Agradecimientos:

A Marcelo Dosa por avisarme que iban a pasar la entrevista en el programa «Tendencias» y a Max Seifert por grabarlo.

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El miércoles 15 de julio recibí el llamado de un tipo entrañable. Era el periodista y escritor rosarino Carlos Del Frade, conductor de Radiohistorias (103.3 Radio Universidad de Rosario) (*). Durante veinte minutos conversamos sobre mi libro, Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina, y de las fabulosas vidas de los contactados Eustaquio Zagorski y Francisco García.

Podés escuchar la entrevista completa aquí mismo:

Con Del Frade compartimos nuestra vocación por la ufología a comienzos de los años ochenta. Luego cada cual siguió su camino: él dio pelea entre la denuncia social y el periodismo político y yo quedé colgado de las galaxias, entre la cultura popular y la científica. Tal vez por eso yo lo recordaba más a él, que él a mí. Por aquellos años, más de una vez nos pisamos los talones detrás de los mismos testigos de ovnis y otros portentos. Pero, sobre todo, coincidimos en los corrillos de los congresos anuales que organizaba la FAECE (Federación Argentina de Estudio de la Ciencia Extraterrestre), fuente de la mejor chismografía alienígena que -por razones que ahora considero injustas e incomprensibles- casi no menciono en el libro (**).

Carlitos Del Frade todavía no había leído Invasores (sí la entrevista que publicó Radar, el suplemento dominical del diario Página/12). Por algún motivo, acaso por su elogiosa presentación, me rondaba la pavorosa impresión de que Carlos me estaba confundiendo con otra persona. Confirmé la impresión cuando la entrevista promediaba.

-Lo que te voy a hacer es casi un regalo, me dijo. Tengo un libro tuyo, Mundos paralelos, tu primer libro.

Tragué saliva: Mundos paralelos (Editorial Cielosur, 1979) fue escrito por mi amigo Alejandro Chionetti, explorador de submundos y ganador del concurso Cuarta Dimensión organizado por Fabio Zerpa, y radicado en los Estados Unidos desde 1984.

Repuestos del equívoco, seguimos repasando casos -recordé la masiva convocatoria al avistamiento (interruptus) de la Laguna de Chascomús- y el proceso de escritura del libro. Antes del final, me preguntó por mis conclusiones. Danger! Casi siempre evité, en beneficio del lector, ofrecer algo así como conclusiones. De todos modos alguna idea improvisé, pero pronto me arrepentí de no haber leído en Radiohistorias el epílogo de Invasores, un cuento breve de Héctor Germán Oesterheld, que resume muy bien la tensión que nos lleva a buscar respuestas incluso donde jamás las podremos encontrar.
Como me quedé con ganas de reparar aquella omisión, esta tarde helada de agosto quise compartir ese texto con los lectores de Magia Crítica. Ojalá les guste tanto como a mí.

El cristal de Marte

En algún lugar de los vastos arenales de Marte hay un cristal muy pequeño y muy extraño.
Si alzas el cristal y miras a través de él, verás el hueso detrás de tu ojo, y más adentro luces que se encienden y se apagan, luces enfermas que no consiguen arder, son tus pensamientos.
Si oprimes entonces el cristal en el sentido del eje medio, tus pensamientos adquirirán claridad y justeza deslumbrantes, descubrirás de un golpe la clave del Universo todo, sabrás por fin contestar hasta el último porqué.
En algún lugar de Marte se halla ese cristal.
Para encontrarlo hay que examinar grano por grano los inacabables arenales.
Sabemos, también, que, cuando lo encontremos y tratemos de recogerlo, el cristal se disgregará, sólo nos quedará un poco de polvo entre los dedos.
Sabemos todo eso, pero lo buscamos igual.

Fuente: “Los argentinos en la Luna” (Ediciones de La Flor, 1968)

Blog de Invasores-ellibro

(*) Radiohistorias. Conducido por el periodista y escritor Carlos del Frade, responsable del sitio Postales del Sur. Producción y locución: Anabel Barboza. Se emite de lunes a viernes 23 a 24 hs por Radio Universidad de Rosario (103.3). Ganador del Martín Fierro del interior al mejor programa unitario de radio (2006).

(**) Sobre la FAECE recomiendo leer «Principio y fin de las instituciones ufológicas rectoras en la Argentina», por Luis Alberto Pacheco, en La Nave de los Locos Nro. 20, enero de 2003. Descargar archivo en Pdf aquí.

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“¿Cómo te imaginás a un visitante extraterrestre para que resulte creíble?”. Esta apelación a la imaginación científica de los usuarios aparece desde ayer en Yahoo! Argentina. Por una vez, te pido que dejes tus comentarios en otra parte. Tu respuesta, si es la mejor, será premiada: Yahoo! regala un ejemplar de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina y un CD con la banda sonora del libro.

A juzgar por las primeras respuestas, mi trabajo -elegir la mejor- será difícil, pero extraordinariamente divertido.  Podés participar hasta el 21 de Julio de 2009.

Si querés leer comentarios sobre Invasores, entrá acá. Si te pica la curiosidad o querés bajar la carátula de la banda sonora del libro, descargá el pdf desde aquí.


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El próximo domingo 31 de mayo a las 20 horas, presento en la ciudad de Mendoza mi libro Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina en el bar Los Dos Amigos (Santa Fe e Ituzaingó), auspiciado por la Revista PPP y Andesmar.

Me van a acompañar los periodistas Pablo Lozano (Revista PPP) y Miguel Títiro (Diario Los Andes) y, si se anima, uno de los protagonistas del supuesto encuentro de dos empleados del Casino con cinco humanoides en Mendoza, la madrugada del 31 de agosto de 1968. «Mensaje de Ganímedes», a mi juicio uno de los capítulos más jugosos de Invasores, es la historia que mencioné en la presentación del libro en Buenos Aires.

Más info aquí.

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Momentos previos y miniexpo de cultura alienígena (Gracias a Pele, a cargo de la cobertura multimedia de la presentación).

“Los invasores… seres extraños de un planeta que se extingue. Destino: La Tierra. Propósito: adueñarse de ella. David Vincent los ha visto. Para él todo empezó una noche en un camino solitario, cuando buscaba un atajo que nunca encontró. Empezó con un merendero cerrado y abandonado; con un hombre tan fatigado que no podía seguir viajando. Empezó con la llegada de una nave de otra galaxia. Ahora David Vincent sabe que los invasores han llegado, que han tomado forma humana. De algún modo, debe convencer a un mundo incrédulo de que la pesadilla ya ha comenzado…”

Con estas palabras -el preámbulo de la serie Los Invasores (1967)- Daniel Riera presentó el pasado jueves 7 de mayo mi libro «INVASORES. Historias reales de extraterrestres en la Argentina». Dany, siempre a la altura de su genio creativo, hizo que todos lo recitaran, cual mantra al coraje y a la imaginación.
Hoy Magia Crítica se arriesga a parecerse a otros blogs donde la intimidad es noticia. Pero qué le voy a hacer, ¡si ayer fue uno de los días más hermosos y memorables de mi vida! Hermoso porque en ese encuentro disfruté intensamente de la consagración de la amistad. Y memorable porque ¿cómo olvidar el momento en que cobré consciencia de lo que significaban para mí todas esas caritas, que no me dejaron seguir hablando porque casi me hacen llorar? No voy a pasar lista, me da vértigo: vinieron más de un centenar de amigos y me asusta suponer que tal vez estuvieron algunos que no llegué a ver o creí ver y en realidad fueron una fugaz alucinación.
Gracias, entonces, a los grandes protagonistas de anoche: a los compañeros y compañeras de la vida, de aventuras, de borracheras, de estudios, redacciones, y hasta ¡de la primaria! Celebré cada reencuentro, dedicar cada libro, disfrutar juntos unos vinos, música y parte de mi minimuseo alienígena.

El autor habla de «INVASORES» después de Riera (el video de su presentación sigue en proceso).

Sólo voy a agradecer, con nombre y apellido, el apoyo abnegado y amoroso de los más cercanos y de otros amigos que también me honraron con su aporte.

-Mi viejo, Jorge Agostinelli. No sólo me prestó el salón sino que hizo lo suyo para ser este que soy.
Tere Escario, artífice de gran parte de los preparativos que colmó el mayor deseo al que cualquier hombre puede aspirar: el amor de su compañera no sólo por lo que uno es, sino por lo que uno hace.
Ale Borgo, Roberto Amitrano y Carlos Mutani, por ocuparse de la atención de otros amigos.
Fernanda Mel, quien diseñó la tarjeta de la presentación y la carátula del cedé con la banda musical del libro (*).
-Vanesa Tapperte, autora de la tapa del libro que no fue y de la guarda de Magia Crítica que es.
Gerardo Bernstein, director de Metamorfosis FX: me prestó su monumental reproducción en látex de Hask, el virrey de la Federación de Star Wars.
Frano Bosch, que no vino pero nos regaló ¡dos cajones de vino!
Glenda Vieites, de Editorial Sudamericana, a quien una gripe feroz no le impidió sumarse al encuentro.
-Los amigos y compañeros de trabajo que me ayudaron a ordenar el lugar.
-Mis hermanos Paulo y Javier: me ayudaron a recopilar las canciones del cedé.
Fedhar. Mi entrañable amigo místico me regaló dos hermosas ilustraciones para acompañar el adelanto del primer capítulo del libro -que un diario prefirió no publicar porque habla «sobre extraterrestres» (¡sus editores ignoran que «ellos» no son lo más interesante de INVASORES!)

¿La verdad? Creo que -sin contar la excepción de abajo, que le dio una pincelada bizarra a la velada- todos la pasamos de maravillas. ¡Qué más puedo pedir! El mismo día, además, Beto Casella, en Bendita TV, y Luis Alfonso Gámez, en Magonia, comentaron INVASORES. No podía esperar nada más de esa jornada milagrosa. Ah, sí faltaba algo más. Que Bernardo Stamateas -pastor del Ministerio Presencia de Dios y best seller- viniera a bendecir el libro. Y, por favor, créanme: eso también sucedió.
Gracias a todos por compartir ese rato mágico conmigo.

(*) El cedé con la Banda musical de INVASORES exige una sucinta explicación: diez capítulos del libro comienzan con la estrofa de una canción alusiva. Son temas de Horacio Ferrer-Piazzola, Arco Iris, Orquesta América, Gardel-Le Pera, Charly García, Miguel Mateos, Tiro de Gracia, Café Tacuba, El otro yo y Soda Stéreo. La anécdota de la noche: una pareja no identificada ingresó en el salón mientras mis amigos recitaban a coro el prólogo de Los invasores, creyó que los cedés eran una picardía del autor («¿dónde se vio un libro con ‘cortina musical'»?, habrán pensado) y huyeron despavoridos, convencidos de que acababan de entrar en la sede de una secta lunática.
Los cinco cedés fueron el bonus-track para los primeros compradores de INVASORES. Otros quince fueron sorteados al final, junto con dos ejemplares del libro, que se vendió con un veinte por ciento de descuento.

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Tengo un lector de otro mundo fascinado con Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina, el libro que presento el jueves 7 de mayo a las 19,30 hs. en Palermo. Mi amigo alienígena no asistirá. No viene, y no es por timidez. Él ahora vive en México. Hace años se estableció allí en busca de aires más gentiles, menos tóxicos. Mi amigo exoplanetario descubrió en Monterrey plazas libres de la amenaza de la gripe argentina. Luego plantó su telescopio para mostrar el cielo a los paseantes por unos billetes. De algo hay que vivir. Y él vive de hablar de las estrellas.

CONFESIÓN. El tipo que en la televisión de Argentina, Chile, México, y en toda la web se hizo conocido como Comandante Clomro, me quiere. Tanto que subió a Youtube el collage audiovisual que -no sin cierto pudor- publico acá abajo.

El extraterrestre en cuestión tiene otras razones para estar contento. Vivió enmascarado por años y, para Invasores, me reveló la secreta historia de su comandancia. Sin macanas. Sin vueltas. Sin pasamontañas. Este forajido tierno como turrón italiano adorna el panteón de criaturas entrañables que entrevisté para mi libro. Donde también hay espiritistas exitosos, ufólogos que descubren lo que buscan, amantes de seres del espacio, visionarios perseguidos por la Iglesia, héroes telúricos a quienes se les impregnaron superpoderes alienígenas y espíritus cósmicos inquietos pero felices en sus encarnaduras terrestres.

Se supone que -para atraer la voluntad del lector- debería decir que acopié sus testimonios para hacer reaccionar a un mundo incrédulo. Que tropecé con verdades espeluznantes que pujaban por emerger. Que el libro es un llamado al despertar de la Humanidad. Que ahora sé por qué el Hombre asciende a otro nivel de consciencia. Pero mis ilusiones son otras. Para empezar, son infinitamente modestas. En Invasores quise reconstruir la biografía de testigos, contactados y abducidos para conocer mejor a la Tierra. Quise descubrir a su gente. Quise reflejar qué vivieron para hacer lo que hicieron, por qué llegaron a ser lo que son y qué vida vivió esta pléyade de terráqueos que jura haber sido guiada por inteligencias del cosmos. Ese fue mi horizonte. Eché demasiadas raíces en este planeta como para pretender zambullirme en los misterios del espacio exterior. Hay viajes más cortos y sin embargo, tanto más reveladores. El espacio interior tiene sus honduras. Teleportaciones instantáneas como la de Catherine Fulop -protagonista de otra insólita ramificación del film Che Ovni (Uset, 1968)- son un ejemplo revelador. La venezolana vivió su experiencia con alegría tanto cuando se sintió abducida por extraterrestres como cuando supo que había sido engañada. Catherine nunca dejó de disfrutar.

HAY UN ET EN MI VIDA. Lo digo ya mismo: el Comandante Clomro es único. No hay dos. Él lo sabe. Antes de arrepentirse otra vez, el enmascarado se confiesa. Así, me contó por qué reescribió su vida. Por qué, en ese trance, inventó un género: el de la historieta viva. Y me explicó el sentido de su misión. A veces, alcanzar su objetivo fue imposible. O frustrante. Y el tema fue la soledad. Otras veces cabalgó iniciativas fascinantes y hasta glamorosas. Porque Clomro fue el Zorro en un mundo lleno de Diegos de la Vega. Aunque esa dualidad -para él- no supone ninguna contradicción: el burgués que luchaba por los desposeídos es un «complemento inteligente de los extremos» en un mundo más bien lleno de gente que no es ni el Zorro ni Diego de la Vega. También protagonizó epopeyas, como la de desafiar al mismísimo comandante Ashtar Sheran, o trabajar para construir otro mundo en la Tierra.
Conocí a Clomro años antes de que se presentara en Frente a Frente, un talk-show conducido por Alejandro Rial que produje en el canal América allá por 1997. Fue entonces cuando anunció ante la incredulidad universal que su cuerpo había sido ocupado por un ser de otro planeta. Pero cuando nos conocimos él acababa de salir del Lineamiento Universal Superior (L.U.S.), uno de esos grupos extravagantes que -para asustar al profano- llamamos sectas. Harto de vivir en la gama del gris, Clomro dio a su vida un giro copernicano. Y volcó. Primero, apartándose del Lado Oscuro. Después, mudándose a la colorida cultura azteca. Mientras en la Argentina sus apariciones eran premiadas por su condición de fetiche bizarro, las fuerzas de la cibercultura lo ungieron Primer Trashumante Galáctico. Y el loser devino ganador.
Clomro me tiene algo idealizado. Me cree ángel y demonio, colega alienígena y encarnación argentina de David Vicent. Clomro -en rigor, el hombre detrás de la capucha- parece no darse cuenta que yo he dejado de perseguir a los invasores. Nadie persigue a lo que ama, y yo amo a los invasores.


Mi libro no advierte sobre el avance de las tropas del espacio ni agita temores sobre el advenimiento de una pavorosa religión estelar. Es más, no alerta sobre peligro alguno. El título ironiza sobre la mala prensa que tienen ciertas razas alienígenas agazapadas en los zaguanes de la cultura popular. Los extraterrestres y sus aliados, los que rescata Invasores, son de otra madera. Se parecen más a los cartoneros, a los piqueteros o a los predicadores de plaza Miserere que a los charlatanes pitucos, o a los famosos embajadores cósmicos que exudan de lejos su mala entraña. Los míos son buena gente. Comulgan con una religión sin oropeles. Ocupan espacios sociales marginales, pero a los que llenan de sentido. Descifrar el significado de sus actividades en la Tierra es tarea que no me compete a mí solamente, por eso me gustaría que el libro tuviera lectores. Y si son comunicativos, tanto mejor.
DESACRALIZAR SOMBRAS “Si ellos, los extraterrestres, planean visitarnos, o bien en son de paz, o bien para invadirnos, este libro puede resultarles muy útil para conocernos”, escribió Daniel Riera, autor de uno de los dos prólogos del libro. Nunca le agradeceré lo suficiente a Dany porque explica el sentido de Invasores mejor que yo mismo. Mi necesidad por la bendición del maestro me llevó a pedir unas líneas a Pablo Capanna, insigne filósofo de la ciencia y teórico de la ciencia ficción. Escribió otro texto –Ward y los Kandinski– que se convirtió en el segundo prólogo del libro.
Para mí, las vírgenes o los cristos de yeso que lloran sangre enseñan más sobre la condición humana que el misticismo de cartón pintado de las catedrales. De igual modo, un paisano que cuenta con cara de susto que un plato volador le robó el teléfono móvil, o el ufólogo que usó varillas de radiestesia para encontrarlo, dicen más sobre lo que representan los extraterrestres en la vida cotidiana que lo que puedan contar los exoantropólogos del Proyecto SETI.
Todos nos podemos asustar de una sombra. Incluso cuando ignoramos que la sombra es proyectada por un maniquí, la sensación de desamparo es la misma. Entre esas fronteras difíciles de discernir -dentro de esa nebulosa ambigüa- suceden los fenómenos más perturbadores que denuncia Invasores. Si alguien conoce otros ejemplos, me encantaría escucharlos. Quién sabe, a lo mejor continuará…

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Don Pedro Romaniuk durante una entrevista con el autor de este blog en la sede de su Fundación Instituto Cosmobiofísico de Investigaciones (F.I.C.I.) en la localidad de Virrey del Pino, partido de La Matanza, Buenos Aires (circa 1996).

El sábado 21 de febrero falleció Don Pedro Romaniuk de un paro cardiorespiratorio. Cuando su nieta Aldana me confirmó la noticia, cerré los ojos y atravesé mil y un recuerdos. Su libro Texto de Ciencia Extraterrestre que me regaló mi hermano Javier (el pobre creyó que me iba a encantar), sus conferencias en los ochenta en el Centro Cultural General San Martín, la malasangre que me hice cada vez que almorzaba con Mirtha Legrand y, más adelante, nuestros encuentros en la sede de su instituto. Sé de antemano que estoy condenado a la incredulidad general, pero la noticia de su muerte me emocionó.

La salud de Romaniuk, el gurú místico de los ovnis más famoso del país, zozobraba desde noviembre. Con todo, los presagios médicos no parecían alarmantes: a sus 86 años, don Pedro era un sobreviviente. No sólo había sobrellevado con estoicismo los achaques propios de la edad; una isquemia lo había dejado al borde de la ceguera, su osamenta se deshacía en cada tropezón y nadie sabía cómo se las arreglaba para sobrevivir a su insuficiencia renal crónica (bueno, en realidad sí se sabe, zafaba gracias a un milagro de la ciencia: se dializaba).
Es que don Pedro –hijo del inmigrante ruso Miguel Romaniuk y nacido en 1923 en Médanos, provincia de Buenos Aires– había sobrevivido a tragedias mayores. Sobrevivió a la caída de un avión en 1947, a la muerte de su hija Stella Maris, de tan solo 21 años, y a que se dudara de su cordura en ámbitos donde no esperaba ser recibido con hostilidad.
Quiero ser claro: yo mismo organizaría una sentada frente al primer colegio que considerase a sus textos lectura obligatoria. Pero el Arzobispado de Buenos Aires censuró sus escritos –una literatura copiosa, reiterativa y en más de un sentido espeluznante– con exagerada tenacidad. Romaniuk, ex docente en el Colegio La Salle, se sintió traicionado cuando la Iglesia hizo retirar sus obras de las librerías católicas por las blasfemias (en rigor, un milenarismo de otro cuño) que en ellas predicaba.
Con don Pedro nunca fuimos, ni lejanamente, amigos. Pero tampoco lo contrario: siempre me recibió con amabilidad en la sede de su Fundación Instituto Cosmobiofísico de Investigaciones (F.I.C.I.) en el partido de La Matanza, donde atendía, cual Pancho Sierra posmoderno, a los enfermos que iban a “armonizarse” a su fantástico Laboratorio Psicotrónico, una pirámide abastecida con bidones de agua importada de un volcán neuquino y energía cósmica de Las Pléyades.
No me muero por recordar nuestros choques, pero nobleza obliga. En 1991 nos cruzamos en Metete, un talk show que conducían en ATC Luisa Delfino, Horacio de Dios y Raúl Urtizberea. Cuando interrumpí su primera extravagancia, don Pedro, para convencerme (ya no me acuerdo de qué), quiso pasarme un folio en cámara. “Vea, compruébelo, lea este documento”. Me dijo eso, o algo así. Me negué a recibir el papel porque –como el programa terminaba– no quise que una lectura silenciosa fuera interpretada como una aceptación de su contenido. Así se cobra el presente los arrebatos del pasado: hoy me sigo preguntando qué decía aquella hojita.
Tampoco le voy a pedir al lector que se apiade de mis prejuicios. Pero ruego tener en cuenta que en los noventa yo era un hidalgo militante del club de los Refutadores de Leyendas. Mi lugar era la vereda de enfrente; por entonces, mi odiosa misión en la vida era exigirle pruebas. No sólo se las pedí sino que me atreví a contradecirlo. Don Pedro se puso colorado como un chorizo y me llamé a silencio. Bueno, es hora de confesar la verdad: yo sabía que sufría de presión alta y no quise cargar con un profeta en mi placard.
No ventilo estos infortunios para conquistar el corazón de las almas que ahora añoran su partida. Nada que ver. Lo cuento porque, por entonces, a pesar del enojo que me causaban sus afirmaciones (“miles y miles de naves extraterrestres se esconden en el lado oscuro de la Luna”, “las perturbaciones electromagnéticas desplazarán el eje de la Tierra”, etcétera, etcétera), me empecé a informar. Así supe que Romaniuk remontaba una mochila pesada; su historia, compleja y dolorosa, permitía entender al menos parte de las convicciones que defendió hasta el fin. Antes, mi visión estuvo sesgada: yo evaluaba a sus dichos inverosímiles desde el exasperante rigor de las ciencias duras, cuando hubiera debido hacerlo desde la calma comprensiva de las ciencias humanas.
Con el tiempo descubrí que en sus despliegues verbales, grandilocuentes y recargados de datos falaces o tergiversados, no prevalecía la pseudociencia sino la invención: sus charlas eran un collage de creencias sui generis donde coexistían seres de otros mundos, conspiraciones multinacionales y ensoñaciones sobre el clima con honda resonancia en la cultura popular. Sus alegatos revestidos de ciencia exacta no resistían, no ya el paso del tiempo, sino el sentido común. Vaticinó el fin del mundo tantas veces que ya nadie llevaba la cuenta. Predijo guerras, maremotos, colisiones de asteroides y cometas con una familiaridad pasmosa. Su gente, que no le quitaba una pizca de cariño, justificaba los desaciertos como meros retrasos del Plan Divino.

En noviembre de 2004, el periodista Juan Pablo Cozzani entrevistó a don Pedro Romaniuk para el programa «Vida y vuelta» (canal 7). Fue una de las últimas ocasiones en que predijo el fin del mundo.

Ahora creo que lo sé: cada señal incumplida no revelaba tanto la impericia de sus dones proféticos sino preocupaciones sociales que lo sobrepasaban. En libros, revistas e incursiones televisivas, don Pedro exhumaba y exorcizaba fantasmas colectivos. Cada profecía que se estrellaba en el mundo real, como las que heredó de su maestro, el profeta y abducido Benjamín Solari Parravicini, mostraba que su frustrante calendario apocalíptico siempre merecía otra oportunidad.

Presiento que, a la larga, el recuerdo de sus discursos catastrofistas, los que me angustiaron en mi adolescencia y me enojaron en los noventa, no sobrevivirá. Lo digo con cierto fundamento: ni al mismo Romaniuk le interesaba la ciencia de este planeta. Él había construido una cosmovisión que forjó a contrapelo de la racionalidad ortodoxa –la del saber común– para justificar una vida llena de experiencias extrañas, infinitas búsquedas en laberintos espirituales y sobrecogedoras penurias personales. Y, si algo sobrevive a la prédica de Romaniuk, eso será la religión. Pese a que no deja herederos a la vista (sólo hay pálidos émulos), su influencia será perceptible en un enjambre de movimientos espirituales de la actualidad y del porvenir. Una miríada de grupos esotéricos que –tras atravesar múltiples encarnaciones– siguen dando vueltas por ahí. Los sobrevivientes de esa Nueva Era que puja y puja por emerger, pero que nunca, ni con forceps, termina de nacer.

Los escépticos pueden dormir tranquilos: más temprano que tarde, los espíritus animados con el don de la curiosidad podrán dudar. Y, si se quieren dar la oportunidad, pensar.

La vida de don Pedro Romaniuk se me antojó fascinante. Por eso le dediqué un capítulo en Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina. Un librito que, con Marte a favor, Editorial Sudamericana distribuirá en el mes de mayo.

Enlaces

Se fue el patriarca de los platos voladores

Página oficial de la F.I.C.I.

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