No me tiré de cabeza al cine al estreno de Avatar. Última vez. Si bien hice lo posible por llegar a mi butaca virgen, con gambetear a los críticos no alcanza: una legión de amigos, familiares y hasta lectores de este blog avanzaron a codazo limpio para explicarme por qué Avatar les hizo vivir su primera experiencia mística, por qué pese a su fastuosidad el guión es flojo y hasta lugares comunes que reclaman no perder de vista que el cine es, ante todo, entretenimiento. Sabía poco del argumento (ni siquiera había visto el trailer) pero ya me había contaminado con toda clase de teorías: “es el primer alien anti-imperialista que surge de las entrañas de Hollywood”, “una-peli-más-sobre-la-eterna-lucha-de-bien-contra-el-mal (Lección 1 de la Escuela Lerer de Crítica Cinematográfica) o “el final es totalmente previsible” (diatriba que se muerde la cola y habitual entre los que predican con el diario de ayer).
Como digo, me resultó imposible sustraerme de las influencias ambientales, que te restan algunos grados libertad a la hora de disfrutar de una película que promete tres horas que no sabés si serán de goce o desesperación. Hoy, agradezco haber zafado de los críticos y que en la decisión de ir de una maldita vez prevaleciera la opinión de mi tía Tota: “Nene, andá a verla, a vos no te queda más remedio”. Solté como pude el lastre de prejuicios y me arriesgué a vivir mi experiencia, con la paz que da saber que nadie me va a pedir una crítica –felizmente, nunca me dediqué al rubro-.
Doy mi opinión sin atenuantes: disfruté de Avatar como un marrano. En general, sé que una película me gustó cuando al levantarme de la butaca quiero liquidar a patadas voladoras a enemigos virtuales o siento ganas de volar. Y de Avatar salí caminando sobre las nubes. No voy a decir que me haya gustado porque es un alegato a favor de la protección de la naturaleza o porque denuncia el desprecio humano por otros-inferiores, sin importarles aniquilarlos con tal de obtener riqueza. No, creo que ningún público necesita ver ficción para enfrentar a una realidad palpable, visible en la calle o en los noticieros. Ya no recuerdo quién escribió que Avatar es de una puta belleza (o de una belleza puta, acaso porque la peli fue acusada de acostarse con antecesores sin dar créditos).
Si bien el eje del conflicto es algo näif, la historia avanza fluidamente, no hay pasos forzados, y el despliegue visual es de un lujo nunca visto. Tampoco había visto una película en 3-D donde las recreaciones digitales tuvieran la misma definición que los actores humanos. Ni una escenografía extraterrestre donde cada floripondio, cada colmillo, cada filigrana, cada tatuaje fuese elaborado cuidando hasta el más mínimo detalle. Los habitantes de ese otro mundo que es Pandora atacan a los ovnis de los invasores terrestres con arco y flecha. Su magia es pura destreza, aunque atribuyan sus talentos a fuentes de inspiración sobrenaturales. Cosas como esas ayudan a creer que algún espectador haya querido matarse porque, salvo en el Paraíso, no existe nada parecido a Pandora. Que los méritos técnicos de una película inviten a fusionarse con una cosmovisión salvaje se me antoja una paradoja fascinante.
Hasta aquí, la invitación al cine: podés suspender tu lectura. Lo que sigue, para el que ya la vio. O para el que decidió que no la verá.
NOTICIAS DEL FUTURO. En un apretado resumen Lerú, nuestro protagonista, el marine Jake Sully, es reclutado por una corporación para una misión en Pandora, luna distante a 3 años y pico de hibernación de la Tierra.
De Sully hay que destacar dos cuestiones: 1) llegó a Pandora para relevar a su hermano gemelo muerto en un asalto (la misión requería que tuviera el mismo ADN) y 2) perdió movilidad en sus piernas luchando en Venezuela (al parecer, los sucesores de Hugo Chávez deberán esperar hasta el año 2.154 para que EE.UU. continúe la guerra por el petróleo). ¿Qué se propone la corporación en Pandora? Extraer un mineral rarísimo, que cuesta un ojo de la cara y soluciona los problemas energéticos de la Tierra. Por desgracia, los na’vis, así se llaman sus habitantes, han construido su aldea justo encima de un gigantesco yacimiento del valiosísimo mineral.
En su primer paseo por el planeta, Sully se distrae enfrentando a un rinoceronte alienígena enfurecido y el jefe militar de la operación aprovecha el accidente para cambiar sobre la marcha el objetivo de su misión. Ya no acompañará a la expedición científica: ahora deberá infiltrarse entre los nativos y convencerlos a mudarse de allí. El malísimo militar no sólo no tiene tiempo para entrenar a su agente encubierto sino ni siquiera para conocerlo: toda la tecnología de la pérfida corporación no alcanza para leer las dudas existenciales que convertirán a Sully en traidor.
REENCARNACIÓN HIGH TECH. Sully entra en la vida de los na’vis gracias a una especie de teletransportadora de identidad: una copia virtual de su cerebro entra en el de su clon, una criatura alta como una jirafa, azul como un Pitufo y ágil y temerario como Tarzán. Pese a su contextura física, externamente indistinguible de un natural de Pandora, es como un bebé de probeta que debe aprenderlo todo. Años de ufología avalan mi primer bocadillo: el humanoide es una suerte de clon temporal que reasume su identidad en un cuerpo ajeno. Ya en los años cincuenta, espiritistas como Jorge Duclout incorporaban en trance al espíritu de “un ingeniero de talento” que viajaba por Ganímedes y traía a la Tierra información sobre los pobladores de la luna de Júpiter. Tampoco es distinto de lo que hacen los contactados cuando “canalizan” directamente a extraterrestres. O un walk-in, como los ufólogos llaman a quienes afirman ser encarnaciones alienígenas en la Tierra. En Avatar hay una inversión de roles: Sully es un extrapandoriano (en la película le llaman «alienígena»), un terrícola en otro mundo metido en el cuerpo de un nativo (mejor dicho, de un falso nativo). Como Duclout y otros médiums, el soldado queda tendido sobre su camilla mientras su mente “viaja” incorporándose en un cuerpo na’vi, al que maneja en trance como si fuera a control remoto. Por eso Sully es un avatar, de ahí el título. El premio a su valor será un par de piernas nuevas. Pero a los genios de la multinacional recién después les cae la ficha. Mientras está guardado en su cripta cibernética, nuestro héroe experimenta una ventaja más interesante: disfruta endemoniadamente de su condición extraterrestre, tanto que en apenas tres meses Neytiri, la princesa na’vi, le enseña todo sobre su civilización, respetuosa de la materia viva y armónicamente integrada con la naturaleza, al punto que ellos mismos conectan con la fuente de alimentación que nutre a Pandora. Sully aprende el dialecto na’vi, aprende a dominar y luego a cabalgar un pterodáctico. Ingenuamente, cuando comienza a descubrir que está en el bando equivocado, revela en la bitácora que lleva en un videoblog que los na’vi jamás se rendirán. Confesión que acelerará los planes de la invasión terrícola.
¿ACHAQUE O INSPIRACIÓN? La filosofía de los extraterrestres recreados por James Cameron -segundo bocadillo- engarza con la épica panteísta (“todos somos uno con la Tierra”). Lo que desafía la tentación de tacharlo de sermón esotérico es su viraje racionalista: la conexión entre las diferentes criaturas se da a un nivel neuroquímico: en Pandora subyace una red neuronal. No es el alma de Gaia sino su transposición posthumanista. Eso, que le ha molestado a los adversarios de la new-age, a mi me parece un tiro por elevación a la creencia según la cual la única religión posible debe respetar la tradición judeocristiana. Aunque Sully, un gran avatar, logrará sobreponerse hasta la resurrección: ungido en Mesías por aclamación, el venido de la Tierra descubrirá el secreto capaz de derrotar al Mal. De acuerdo, mi argumento es imperfecto. Pero, si está errado, también habría que cargarse a las profecías de los transhumanistas, quienes pintan de ciencia a una religión tecnificada.
Como sucede con cada éxito hollywoodense, muchos hablaron de inspiración excesiva o de plagio liso y llano. ¿Que tiene la trama de Pocahontas? ¿Que recuerda a El Rey León? ¿Qué es una versión aggiornada de Danza con Lobos? ¿Qué la conversión de Jake no es sino una remake de Apocalipsis Now en clave alienígena? En Aliens, también con Sigourney Weaver, los astronautas son forasteros que invaden un planeta ajeno, aunque a nadie se le iba a ocurrir simpatizar con huéspedes despojados de la gatuna belleza de Zoe Saldana (Neytiri). La primera Alien (el octavo pasajero), fue idea (ejem, esto también es discutible) de Ridley Scott: Cameron dirigió Aliens, el regreso, la segunda parte.
El director de Avatar ha reconocido algunas influencias, empezando por la saga marciana de Edgar Rice Burroughs, creador de Tarzán. Tampoco hay que ir tan lejos si el plan es restarle originalidad. La caracterización del terráqueo aliado con los oprimidos de otros mundos y la escena final contra el enemigo enfundado en un exoesqueleto remiten a la contemporánea District-9. Ahora bien, ¿cuántas producciones culturales pueden presumir una singularidad radical? “Si los argumentos son de una cantidad finita, como muchos han esgrimido, en más o menos cuatro mil años de historia literaria ya deben de haberse narrado y recombinado todos”, escribe mi amigo F.G. Mazzeo en el prólogo de sus Ejercicios para la mano izquierda (Antilibros, 2009). Coincido: en general, conviene ser prudente ante las primeras acusaciones de plagio.
El reparto de críticas pasó desde las virulentas y dudosas hasta las realmente sugestivas. Un blogger comparó a los felinos hominizados de Pandora con los que aparecen en Time Spirits, una historieta de Tom Yeates y Steve Perry. Jane Anders, en el site io9 (en español, ver los blogs de Francisco Ortega y Ahuramazdah, de Keith Coors) compararon paisajes, situaciones y animales del reino de Pandora con los dibujos de Roger Dean, ilustrador en los setenta de las portadas de grupos de rock como Yes, Osibisa y ABWH, entre otros.
El cargo más grave partió –en octubre de 2009- de aficionados a la era de oro de la ciencia ficción, aquella que el propio Cameron admite haber leído durante su adolescencia. Reclaman que debería haber citado a Poul Anderson, autor del cuento Call me Joe (descargar Llamadme Joe, 1957). Es protagonizado por Ed Anglesey, un parapléjico que se contacta (en este caso, telepáticamente) con una forma de vida artificial. Como Jake Sully, Ed disfruta de su nuevo cuerpo. Cuando completa el proceso de adaptación, va tornándose nativo. En los cincuenta, escritores de ciencia ficción y contactados se proyectaban a planetas vecinos. Anglesey no explora a Pandora sino a Júpiter.
Como el espíritu que se comunicaba con Duclout.
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