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Archive for julio 2009

“¿Cómo no asociar –estirando los límites de nuestra imaginación– la emergencia sanitaria local e internacional con aquella nevada mortal que cambió la existencia de Juan Salvo y del mundo entero? Su onomástico noventa –23 de julio– sirve de pretexto para recordar no sólo su ausencia física (tenida cuenta su rol en el desarrollo de la historieta argentina y mundial), sino también al militante, al Oesterheld político, no por controversial menos admirable. Un espécimen de otra época, tan distante al individualismo y frivolidad exacerbados de hoy”, escribe el periodista Enrique Fernández Maldonado en el Diario La República, del Perú. Mariano Chinelli, creador del webzine dedicado a El Eternauta CONTINUM 4 y activísimo animador de la lista de correos Eternautas, estaba enojado y con razón: salvo el diario La Gaceta de Tucumán (a propósito de la inauguración de la muestra “Oesterheld, 90 Años”), ningún otro medio argentino recordó que el pasado jueves 23 Héctor Germán Oesterheld hubiese cumplido 90 años.

Como yo tampoco recordé el aniversario, no voy a decir nada. Pero cedo el espacio al colega peruano. Que escribe: “En momentos en que la historieta era hegemonizada por el formato estándar del cómic gringo, la historia de la invasión extraterrestre, (El Eternauta), supuso una verdadera revolución en el medio (…) “Oesterheld le cambia el chip a la historieta argentina: humaniza sus héroes y los presenta como seres que temen, que dudan, como cualquier mortal. Pero, además, redobla la apuesta: construye un héroe colectivo cuyo éxito depende del esfuerzo común de personas anónimas, congregadas en torno a una meta máxima”.  Así fue, así es, y así seguirá siendo.
Aunque la memoria, como esas primas traviesas y lejanas, no haya venido a visitarnos.

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«Oesterheld». Por: Enrique Fernández Maldonado. Descargar artículo original (versión impresa).

Sobre Héctor Germán Oesterhed, en Muestra 50/30: Una biografía. Por Mariano Chinelli.

Blog no oficial de El Eternauta: La Película, que dirigirá Lucrecia Martel.

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El que le pregunta a Edwin Buzz Aldrin si tuvo celos de Louis Armstrong (sic) es Ali G, el raportero interpretado por el actor inglés Sacha Baron Cohen, más conocido como Borat, nombre de la película y del personaje –presunto cronista antisemita, misógino e ingenuo de la televisión de Kazajistán- que visita a los Estados Unidos con el plan de realizar un no menos supuesto documental para explorar la cultura estadounidense.
En este reportaje desopilante -donde hablan hasta de Michael Jackson-, Ali G le hace al astronauta una segunda pregunta sensible: “Sé que se lo preguntaron cientos de veces. Seguramente le molesta pensar en ello. Pero digámoslo de una vez: Qué le diría a todos esos conspiracionistas que se acercan y le dicen ¿realmente existe la Luna?”.
Valga este aperitivo -que desmonta el mito según el cual Aldrin carece de sentido del humor– para cerrar bien arriba la Semana Lunar.

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Soy agnóstico, pero tengo rituales. Uno de ellos es almorzar al menos una vez al mes con mi amigo, el escritor Daniel Riera. Este mediodía hablamos, entre otras cosas, de pelotudos. Los que más bronca me dan, le dije, son los latentes. Uno se autoengaña: tiene que darse alguna situación -un diálogo, una idea, un conflicto- para descubrirlos. A veces lleva cierto tiempo darse cuenta.
De regreso a casa recordé a Fontanarrosa. De cuando en el Congreso Internacional de la Lengua develó el secreto de la fuerza de la palabra pelotudo. También recordé mi propia resistencia a usar el adjetivo cuando me referí a unas sonadas declaraciones de José Pablo Feinmann. El escritor había dicho: “cualquier pelotudo tiene bloc” (sic). El epíteto me pareció elitista y petulante. Pero, sobre todo, excesivo. Tanto que en mi comentario lo reemplacé por “boludo”. Y «bloc» por «blog». En fin, cosas de uno.

EL EFECTO BUMERANG. El tema me llevó a otra reflexión. Los insultos muy agresivos tienen un efecto kármico; para usarlos, tenés que estar seguro de que el sayo no te cabe: te puede pegar en la nuca.
De regreso a casa también pensaba en releer una nota cuyo enlace me envió Diego Golombek, doctor en Biología, escritor y voz cantante del dignísimo Proyecto G, el programa que emite Canal Encuentro.
El artículo, titulado El triunfo de la virtualidad absoluta, publicado en Página/12 el pasado 20 de julio, es una de las defensas más vehementes jamás escritas sobre el “engaño lunar”. Su autor, en nombre de “su amigo”, el finado Jean Baudrillard, dice que con la noticia del alunizaje “triunfó el show sobre la realidad”.
Esa nota constituye una paradoja perfecta de la «virtualidad» que denuncia el columnista: inventa una escenografía surrealista –acaso inspirada en la parodia Operación Luna– sobre cómo el poder tramó un falso alunizaje para llegar a la siguiente conclusión:

«Señores, ustedes no fueron a la Luna y eso me parece mucho más admirable que si mediocremente, realmente, sumidos en la tosca realidad-real hubieran ido. Pero no fueron. Crearon todo el gran relato. Demostraron que la entera humanidad puede ser engañada. Crearon la nueva era. La del poder de lo virtual mediático.» (Leer aquí la nota completa).

Hacia el final, el articulista asegura que están dadas las condiciones para que, en el 2011, Francisco De Narváez “dé su discurso de final de campaña desde Saturno”, ya que este señor, a quien vislumbra dueño de las nuevas tecnologías comunicacionales, “será Dios”. Y todo el mundo le creerá.
El paciente lector se preguntará a quién pertenecen conclusiones que subestiman tan profundamente la inteligencia popular. Bien: su autor es el mismísimo filósofo presidencial, José Pablo Feinmann.
El efecto bumerang se había cobrado una nueva víctima.

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Duelo callejero entre un astronauta y un conspiranoico obsesionado: el día que Buzz Aldrin se quitó las ganas con los detractores del alunizaje.

Lo digo tan seguido que me aburro, pero es así: ¿para qué tergiversar la realidad si ésta es mucho más divertida que la ficción? El 9 de septiembre de 2002, Bart Sibrel, un periodista y camarógrafo obsesionado con lo que para él son pruebas de que ningún hombre estuvo en la Luna, persiguió a Edwin Buzz Aldrin, el compañero de Neil Armstrong en la primera caminata lunar, con una Biblia en la mano. “¡Jure que llegó a la Luna!”, exigió frente al hotel Luxe en Beverly Hills, California. Aldrin, que ya conocía al personaje, intentó zafarse. Sibrel persistió y cuando vio que no iba a obtener nada del astronauta, lo toreó: “¿Usted anda diciendo por ahí que estuvo en la Luna, aunque nunca estuvo? Usted es un cobarde, un mentiroso y un ladrón”. Acto seguido, el brazo de Aldrin catapultó un directo hacia la mandíbula de Sibrel.
La historia no acaba aquí. Del video circula una versión corta, publicada en canales de Youtube como Alien Truth, que victimizan a Sibrel, y otra larga, la difundida en 2002 por los noticieros. La primera versión, que dura escasos segundos, sólo muestra la escena final: el derechazo parece una respuesta intolerante e irreflexiva. En la segunda (reproducir video de arriba) se advierte que Aldrin había soportado estoico el acoso de Sibrel, antes de que sus testículos implotaran.

OPERACIÓN LUNA. El 20 de julio pasado dos bloggers españoles (mis amigos Luis Alfonso Gámez y Moisés Garrido) invitaban a sus coterráneos a no perderse en España el docuficción Operación Luna (William Karel, 2002), una parodia extrema de las películas filmadas por quienes insisten que la NASA nunca puso un hombre en la Luna. Yo creía que me lo iba a perder, pero un lector de Magia Crítica me sugirió que visitara Crítica TV, en la portada de Crítica Digital. Allí me esperaban dos fragmentos de Operación Luna. El lector había caído como un chorlito (en la sección comentarios del post anterior dejó asentada su indignación), y no era para menos.
Es cuestionable que Crítica Digital no agregara el título original de esta película (que sigue en el ranking de los videos más vistos): hubiera sido más fácil descubrir que es una parodia, pese a que la han colgado incompleta. Aún así, me pregunto: ¿qué es mejor? ¿Decepcionarse o arruinar el efecto sorpresa? La tesis del falso documental es que el alunizaje fue un montaje dirigido por Stanley Kubrick, director de 2001: una odisea en el espacio (1968). En la película de Karel desfilan los principales funcionarios norteamericanos presuntamente implicados en el fraude, como el astronauta de la Apolo XII Buzz Aldrin; el ex-secretario de Estado Henry Kissinger; el ex-director de la CIA Richard Helms; el ex-secretario de Defensa Donald Rumsfeld; y hasta Christiane Kubrick, viuda de Stanley. Ninguno de ellos sabía que sus testimonios iban a ser tijereteados para construir un acontecimiento inexistente. Otros estaban menos enterados todavía, ya que las entrevistas fueron tomadas de películas ajenas. Karel sólo sumó siete falsos testigos y una actriz que se fingió ex secretaria de Nixon. Sus relatos -convenientemente guionados- conectaron con el de otras caras parlantes para dar coherencia y credibilidad al falso documental. Lo únicos fragmentos de “no ficción” fueron –paradójicamente- material cedido por el pintoresco escéptico lunar, el mentado Bart Sibrel.
¿Qué salió de ese entretejido? Que un mundo incauto había sido engañado por ese joint venture surrealista (piénselo un momento, ¡Nixon asociado a Kubrick!). El objetivo del film no era convencer a nadie de que el alunizaje había sido un fraude ni de lo contrario. Karel dice que quiso demostrar que no hay que creer en todo lo que se cuenta, y lo fácil que resulta “falsificar archivos y tergiversar cualquier tema en base a falsedades”. En suma, el engaño no era de la NASA sino del documentalista, y las engañadas no habían sido las masas sino los espectadores del documental.

¿ES OBVIO QUE ESTUVIMOS? Así como algunos minimizan el impacto de la travesía de la NASA a la Luna, otros desprecian a quienes descreen de ella. “Es una idiotez explicar lo obvio”. Y no, a veces no. A veces es necesario argumentar (como lo hacen aquí con las ideas débiles y antojadizas de Sibrel.)
Hagámoslo brevemente: si hubiese existido una “conjura de silencio” para ocultar las pruebas de un falso alunizaje, entre los cómplices habría que sumar 435 mil personas, que fue el personal afectado al programa Apolo -entre empleados de la NASA, universidades y empresas privadas-. ¿Cuántos de ellos fueron extras? ¿Acaso todos fueron engañados? El costo para mantener a todas esas bocas cerradas, sin filtraciones, deberían ser más altos que enviar un cohete a la Luna. No sólo eso: del complot también debió participar el principal adversario de los Estados Unidos, la Unión Soviética. Pero la potencia espacial -más interesada que nadie en denunciar un supuesto fraude- aceptó enseguida que la NASA llegó primero.
Con todo (por más fotos, films, experimentos y rocas que existan), el homo-conspiranoicus siempre tendrá alguna excusa para desconfiar: las suspicacias exageradas son llamas inextinguibles. Hace poco, el físico español Eugenio Fernández Aguilar publicó La conspiración lunar ¡vaya timo! (Laetoli, 2009), un libro que analiza y argumenta contra 50 hipótesis que pretenden demostrar que el hombre no llegó a la Luna.

¿Pueden estas iniciativas contrarrestar las visiones conspirativas? Difícil: la mayoría de los que adhieren a ellas no compran libros que contradigan sus creencias y tienen muchas razones, incluso buenas, para desconfiar. El rumor de que el alunizaje fue un engaño no existiría sin esa desconfianza. La era de la caza de brujas del macartismo, las teorías paranoicas sobre el asesinato de John F. Kennedy, las derivaciones del caso Watergate y el recelo que suscitaba toda información sospechosa de promover el liderazgo estadounidense, sin duda oxigenaron el rumor. Pero uno de los más notables trampolines  para que el mito de la “teatralización lunar” prosperase fue otro film, Capricornio Uno (Peter Hyams, 1978), según el cual la NASA canceló su misión a Marte por problemas técnicos y decidió seguir adelante montando en un set de televisión un falso amartizaje. En aquella película, que no alegaba basarse en hechos reales ni mucho menos, los astronautas colaboraron con la farsa amenazados: sus familias serían asesinadas. Para evitar el desmadre, la CIA decide eliminarlos. En el docuficción Operación Luna, Kubrick vive aterrorizado por el acoso de la CIA, que al final lo mata.

PARODIAS HIPERREALISTAS. Casi sin proponérselo, en 1938 Orson Welles agitó a sus oyentes y a los Estados Unidos con su simulacro radial de una invasión marciana. Sesenta años después, el artista catalán Joan Fontcuberta concretó el proyecto Sputnik: la falsa biografía de Ivan Istochnikov, un supuesto cosmonauta ruso perdido en el espacio cuya historia había sido borrada por los jerarcas soviéticos. Uno podría pensar que la experiencia, el paso del tiempo y la reiteración de tropezones fortalecen el juicio de la gente, o la inmuniza de caer en ciertas trampas. Pero el montaje fotográfico de Fontcuberta engañó a Iker Jiménez, quien lo dio por bueno en su programa Cuarto Milenio. El viaje a la Luna volvió a ser objeto de parodia en el filme pseudohistórico First on the Moon (2005), donde Alexey Fedorchenko presentó las “pruebas” de que la Unión Soviética había llegado a la Luna treinta años antes que los Estados Unidos.

En nuestro país, la más expresiva denuncia sobre las perversiones del proceso de edición fue La era del ñandú (Carlos Sorín, 1986), una biografía apócrifa del doctor Kurz, inventor de la Bio-K2, una supuesta droga rejuvenecedora que había enloquecido a los argentinos en los años cincuenta y giraba, sin siquiera mencionarlo, alrededor de la histeria que desató la panacea anti-cáncer de la época: la crotoxina. De aquel apócrifo, realizado para la televisión del estado, pasaron 23 años, y sospecho que si se volviera a emitir muchos se preguntarán si la pócima del ñandú no habrá existido en realidad, porque el film también devela que el éxito de ciertos fraudes sólo es posible gracias a la desmemoria. Pero el documental de Sorín, hasta donde yo sé, nunca se volvió a dar. Tal vez, por exceso de competencia: en la Argentina, la falta de límites entre lo verdadero y lo falso, entre la aproximación a la realidad y la representación ficcional, aparece a diario por televisión. Pero el género es otro, no es parodia ni denuncia sino menefreguismo. Lisa y llana desvergüenza.

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ALUNADOS. ¡Ay, Luna! Tan bella, lejana y a la vez tan cerca de las fantasías humanas. Hoy los diarios hablan de ti, Luna. De otro día como hoy hace cuarenta años, cuando Armstrong y Aldrin te pisaron por primera vez. De lo que significó aquella huella, su fotografía y el aroma a pólvora quemada de la arena pegajosa que recubre tu suelo desolado. De lo que pensamos cuando te vimos de cerca por primera vez. De lo mucho, poquito o nada que aportaron los 382 kilos de rocas que aquellos militares con escafandra -casi sin rostro, o con rostros robotizados- trajeron de ti para analizarte. De lo alunados que quedamos los que entonces éramos niños. Que de tanta mirada insistente dejamos de ver un agujero de luz en la noche y empezamos a descubrir a Bugs Bunny con un palo. Nuestra primera pareidolia.

LUNÁTICOS. A fines de los 60 no estaba de moda imaginar selenitas, pero pronto iba a crecer la sombra de la conspiración. El uso del adjetivo lunático mutó y comenzó a aplicarse entre los que recogieron la siembra de un rumor, y denunciaron que a ti, Luna, no te alunizaron. Que fuiste escenario de un montaje hollywoodense, un número para los que te vieron por tevé. Dos tipos audaces, Bill Kaysing, ex empleado de un contratista del proyecto Apolo, y Bart Sibrel, camarógrafo, repitieron tantas veces que el alunizaje fue una teatralización que la idea del engaño lunar minó la confianza de millones de jóvenes alejados del conocimiento que hace al alunizaje un hecho histórico evidente.

ALUNIZADOS. El 20 de julio de 1969 (cuando en Houston eran las 15:17), se posaba sobre el Mar de la Tranquilidad el módulo espacial Águila. Cinco horas y media después -es decir, cuando para medio mundo ya era el 21 de julio- Neil Armstrong y Buzz Aldrin daban sus históricos saltitos sobre la superficie lunar. Cerca 600 millones de personas asistieron a un espectáculo que pretendía obtener un rédito estratégico, pero que colmó de un sentimiento de maravilla a varias generaciones. Ahora es fácil minimizar aquella alquimia geopolítica perorando sobre los motivos reales: la Guerra Fría, los afanes de supremacía de cada potencia, en suma, el mismo liderazgo que ahora Obama trata de recomponer.
Pero para llegar hasta allí decenas de miles de cerebros convergieron en un proyecto -el programa Apolo- que concretó una de las más monumentales proezas nunca antes alcanzadas por la especie humana. El imaginario científico rozó el clímax, como sucede cada vez que la ciencia sobrepasa a la ficción, y fuerza a la imaginación a mejorar la apuesta.

VIAJES ROCOCÓ. Los astronautas no llevaban el casco de las Naciones Unidas. Eran, innegablemente, norteamericanos. Pero alcanzar la Luna era una meta que desbordaba épocas y banderas. Desde entonces pasaron ríos y siglos de sueños. Como los de Plutarco, que en el siglo II imaginó al satélite natural de la Tierra anegado de flores y animales gigantes, o el primer viaje del escritor sirio Luciano de Samosata, quien le puso alas de ave a un filósofo ateo y lo hizo volar desde el monte Olimpo hasta la Luna, a la que descubrió habitada por espíritus, o en una voltereta de ficción alucinada enfiló hacia nuestro satélite en un barco arrastrado por una tromba marina y, ya en destino, descubrió que entre los selenitas existe el matrimonio gay y el embarazo masculino, cuyos críos nacen por la pantorrilla. O los de John Wilkins, fundador de la Royal Society, diseñador de un navío a motor cubierto con plumas de ganso, quien quiso llevar a los ingleses a la Luna en 1638. O del legendario Cyrano de Bergerac, cuando en 1650 llevó a la estratósfera a un piloto impulsado por frascos llenos de rocío, o máquinas que lanzaban imanes al cielo para atraer a la nave y otras tecnologías más cómicas que anacrónicas. Para no hablar de las profecías de Julio Verne, quien precisó cien años antes que nadie quiénes, dónde y cuántos días duraría el viaje a la Luna.

ALUCINADOS. Llegar a la Luna no era solamente “llegar a la Luna”. Era también sacarse de encima las dudas diseminadas por el New York Sun, por ejemplo. En agosto de 1835, ese diario publicó una serie de artículos sobre los supuestos descubrimientos del astrónomo John Herschel (convenientemente trabajando en Sudáfrica), quien con su telescopio habría divisado «nítidas amapolas, flores multicolores e idílicos lagos azules con bisontes y unicornios pastando» y hasta «murciélagos humanoides» sobre la superficie lunar. El Sun agotó 19 mil ejemplares, casi un precalentamiento de lo que el inglés Ray Santilli lograría con la muñecopsia de Roswell 160 años después. El engaño fue atribuido al periodista inglés Richard Adams Locke -descendiente del filósofo John Locke-, pero ni él ni el periódico se hicieron cargo del fraude.
Bien entrado el siglo XX, llegar a la Luna también era buscar al monolito extraterrestre que previeron Arthur C. Clarke y Stanley Kubrick en 2001, odisea del espacio; o acercarse a las promesas de coexistencia interestelar vaticinadas en Star Trek.
Lanzar el Saturno V, ese monstruo de metal de casi 3 mil toneladas, costó 681 millones de dólares. Por entonces, nadie pensaba en cuántas bocas hambrientas podía calmar ese dinero. Pocos se sustraían al influjo de aquellas imágenes. Pese a Vietnam -que mostraba, apenas, la realidad- el programa Apolo era un símbolo de progreso, paz y futuro.

COMPLOT HEAVY. En total, el programa lunar tripulado de la NASA visitó a la Luna seis veces, transportando a doce astronautas norteamericanos, quienes recorrieron 95 kilómetros a pie o en jeeps, transmitieron al mundo cientos de horas de imágenes televisadas, tomaron más de 30 mil fotos, instalaron instrumentos para efectuar 60 experiencias científicas (entre ellos reflectores láser que permitieron medir con extraordinaria precisión la distancia entre la Tierra y la Luna) y regresaron con 382 kilos de roca extraterrestre, que se tradujeron en miles de páginas en publicaciones científicas que aportaron nuevos datos sobre la composición del suelo lunar.
La evidencia del alunizaje -de los alunizajes- es abrumadora. Sin embargo, para millones de personas sigue siendo “el mayor engaño del que ha sido víctima la Humanidad”. Curiosa paradoja: el acontecimiento mejor documentado del siglo XX pasaba a ser el más lujoso y efectivo despliegue de efectos especiales de todos los tiempos. ¿Como no íbamos a creer, décadas después, en conspiraciones aún más extrañas?

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Para redescubrir la misión Apolo

Ciclo en el C.C. Rojas: imágenes del antes, durante y después del 20 de julio de 1969

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La afirmación “Jill y Kevin pertenecen a una extraña secta” -la anteúltima frase del texto Test de autoconocimiento-, es falsa.

Mi intención no fue burlarme sino facilitarte una introspección sobre el estado atlético de tus prejuicios.

Si bien ahora sabés que Jill y Kevin no forman parte de una secta, entre tu primera impresión y ahora, cuando te explico el truco, algo ha cambiado.

Te propongo retener la primera sensación, la que experimentaste mientras disfrutaste del video y leías el texto anterior, y la segunda, cuando añadí un dato que todavía no sabías que era falso, según el cual el matrimonio participaba de una «extraña secta».

En cada individuo, las mismas afirmaciones nunca evocan idénticas emociones. Las respuestas posibles ante el mismo disparador (“extraña secta”) pueden ser muchas. Vamos a ver algunas reacciones posibles, a ver con cuál de ellas te identificás más:

1. Desilusión y/o sentimiento de defraudación. (Ej.: “La ceremonia parecía fantástica y de pronto descubro que el matrimonio apostó por una causa equivocada”)

2. Desconfianza. (Ej.: “Si pertenecen a una secta, ¿tanto jolgorio no será una puesta en escena?”)

3. Ofuscación y/o enojo. (Ej.: “Cuando pulsé el video hice un aporte involuntario a una organización ajena a mis intereses”)

4. Escepticismo. (Ej.: “¿Es cierto que Kevin y Jill pertenecen a una secta? ¿En qué se basa el autor para hacer esta afirmación? Y si es así ¿será tan malo como parece?”).

El concepto “secta” posiciona (mayormente crispa) al lector. En general, pocos piensan que esa expresión es una etiqueta polisémica y estereotipada, que no informa sobre las cualidades de determinado grupo social sino que evoca un juicio de valor (generalmente negativo). Si además decimos que es una «secta extraña”, el efecto dramático se acentúa. “Secta” es una categoría social que posee, en casi todos nosotros, connotaciones funestas. Por esta razón, la misma escena que al principio despertó emociones positivas, vuelca al lector a una actitud de alerta y prevención, llegando incluso al desprecio, sin motivos fundados.

Ahora revisemos cada reacción posible (reitero, puede haber otras) por separado.

1. El espectador da por sentado que la pertenencia a una “secta” supone la adhesión a una causa equivocada, cuando no hay evidencias para hacer esa valoración. (Sesgo de confirmación).

2. Las creencias del espectador conducen a sospechar de las motivaciones, que incluyen la simulación, para lograr fines probablemente non sanctos. Sus creencias y valores apuntan a la conclusión que desea apoyar. (Creencia overkill).

3. El espectador hace una predicción sesgada, tiende a juzgar no por lo que presentan los acontecimientos percibidos sino por su propio registro emocional, determinado por su propio aprendizaje y sus propias experiencias. (Disponibilidad heurística).

4. La insatisfacción ante la información que nos es presentada -sobre todo cuando acusa, rotula o introduce un sesgo ideológico, como en nuestro ejemplo- es un síntoma de buenos reflejos cognitivos. Si bien el escepticismo no está libre de prejuicios, la duda es el camino más llano para alcanzar un conocimiento cercano a la realidad.

UNA CONCLUSIÓN TENTATIVA. Las tres primeras reacciones denotan un alto nivel de perjuicios, entendiendo por prejuicios a una evaluación previa que casi siempre es de carácter negativo. Atención: los prejuicios favorecen actitudes discriminatorias.
Si fue tu caso, solamente quise que experimentaras el efecto emocional del lenguaje, el cambio anímico que puede causar una palabra, o dos, en la actitud con la que evaluaste un acontecimiento (antes, cuando disfrutabas de un “casamiento divertido y original”, y al final, cuando te informé que los novios eran parte de una “extraña secta”.)
Si tu actitud fue la enumerada en cuarto lugar –digamos ya mismo que el escepticismo es bastante infrecuente-, estás menos predispuesto a dejarte influir por condicionamientos externos y más interesado en interpretar los acontecimientos no por lo que parecen ser sino por lo que podrían ser si reflexionás sobre ellos desde una visión crítica.
Este es un camino que, a mi modesto entender, nos permite explorar y enfrentar creativamente los desafíos que presenta la vida diaria. Una vía que, entre otras cosas, esquiva obstáculos innecesarios en la conflictiva tensión a la que nos arroja la búsqueda de la verdad.

Enlaces

Para saber más sobre los prejuicios cognitivos, la entrada en Wikipedia es muy completa.

Para saber mucho más (tesis doctoral de 247 páginas, en pdf), te recomiendo leer Estereotipos y perjuicios de género: automatismo y modulación contextual. Por Soledad de Lemus Martín (Universidad de Granada, 2007)

La coreografía del divorcio (¡Gracias Max!)

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“¿Cómo te imaginás a un visitante extraterrestre para que resulte creíble?”. Esta apelación a la imaginación científica de los usuarios aparece desde ayer en Yahoo! Argentina. Por una vez, te pido que dejes tus comentarios en otra parte. Tu respuesta, si es la mejor, será premiada: Yahoo! regala un ejemplar de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina y un CD con la banda sonora del libro.

A juzgar por las primeras respuestas, mi trabajo -elegir la mejor- será difícil, pero extraordinariamente divertido.  Podés participar hasta el 21 de Julio de 2009.

Si querés leer comentarios sobre Invasores, entrá acá. Si te pica la curiosidad o querés bajar la carátula de la banda sonora del libro, descargá el pdf desde aquí.


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En los últimos años surgió una corriente de pensamiento que descubre vestigios de religión en todas partes. Una de las puntas de lanza de la tendencia ha sido el cine de ciencia ficción y fantasía. Así, una constelación de fuerzas sobrenaturales, mágicas y divinas reaparecen en sagas como The Matrix, Las Crónicas de Narnia, Harry Potter, El Señor de Los Anillos, pero también en Viaje a las estrellas y en La guerra de las galaxias.
En tiempos de zozobra también flota la sensación de que una era llega a su fin. Por lo mismo, emerge un desfile incesante de películas catastrofistas. El tiempo pasa, aumenta la percepción de que las agujas del reloj corren más rápido (es que nos vamos poniendo viejos) y el Apocalipsis, sobre todo el personal, es una sombra que espera a la vuelta de una esquina.

LA RELIGIÓN «VERDADERA». Todo este material viene bien para reflexionar sobre el papel de la religión en nuestra cultura, y la forma que ésta evolucionará en el futuro. Así consideró a la saga de George Lucas el sociólogo William Sims Bainbridge en su obra The sociology of religious movements. “La Guerra de las Galaxias establece una clara concepción de lo que la religión será en el futuro lejano. La Fuerza no es un dios, pese a ser claramente sobrenatural. Los Ewoks confundieron a C-3PO con un dios y lo adoraron como una deidad dorada porque eran parte de una sociedad primitiva. En las zonas civilizadas de la galaxia se había extinguido la religión, que sólo persiste entre salvajes y sólo un milagro real podría restituirla”, escribe.
Según Bainbridge, alguna gente cada vez le reclama “más fuerza” a la religión. Sigue: “En las sociedades tecnológicas avanzadas, la religión morirá, a menos que sus creencias resulten literalmente verdaderas. Sólo la efectiva intervención de lo sobrenatural puede salvar la religión de la ciencia”.

En suma, disfrutemos del cuento. Pero, ya que estamos, aprovechémoslo para pensar. No sé si valdrá la pena visitar Star Wars: The Exhibition, en el Centro Cultural Recoleta, con estas ideas en mente. A lo mejor sí, porque allí no sólo encontrarán naves en tamaño real, trajes, bocetos, personajes y 250 piezas originales del universo de La guerra de las galaxias. También funcionará una Escuela Jedi. Si deseamos introducir a nuestros niños en la filosofía Jedi, que se vuelvan seres sensibles a la Fuerza y sean aceptados en la Orden, hay que prepararse. Dice Bainbridge que La Fuerza -un campo de energía que impregna toda la galaxia- se parece mucho a las creencias sobrenaturales que vienen. A lo mejor, es la última esperanza para derrotar a la gripe porcina y otras calamidades.

No hay que fantasear demasiado: algunos ya están aplicando Reiki para combatir la pandemia.

Star Wars: The Exhibition. En el Centro Cultural Recoleta (Junín 1930). De martes a viernes, de 9 a 21, sábados y domingos, de 10 a 22. Valor de la entrada: $35

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Star Wars en la Argentina

Héroes místicos son los de ahora. Por Nahuel Sugobono.

The sociology of religious movements. Por William Sims Bainbridge. Routledge, 1997. (P. 395-403, 422).
En Books Google se puede consultar online.

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Últimas imágenes de la sonda Kaguya, lanzada por la Agencia Japonesa de Exploración Aeroespacial.
La nave acabó estrellándose en la superficie lunar el pasado 10 de junio.

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Yo estaba seguro de haber sido original cuando hablé de la fascinación de Michael Jackson por los E.T. y ahora, ¡páfate!, dicen que el hijo de Marlon Brando filmó su fantasma. Yo, salvo una sombra, no alcanzo a distinguir nada. ¿Alguien me ayuda a descubrirlo, voto a la reencarnación de Elvis?

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Tenía 79 años y el corazón golpeado. Se llamaba Alva John Kiehle, pero se hizo conocido en todo el mundo con el seudónimo que usó toda la vida, John Keel. Había nacido el 25 de marzo de 1930 en Nueva York y allí lo conocí, gracias al periodista José A. Huneeus, en 1983.
A los 16 años fue cronista del New York Times y admiraba a Charles Hoy Fort (1874-1932) cuando todavía no sabía que iba a ser su heredero.
En 1952 ya se había enfundado el traje de cazador de platos voladores y fue uno de los primeros periodistas radiales que pasó una noche dentro de la Pirámide de Gizeh para transmitir sus vivencias en directo. Enseguida emprendió una gira que lo llevó del Nilo al Ganges, donde investigó los trucos de los fakires, y peregrinó por el Tibet tras las huellas del Yeti. Metido a ufólogo, sus libros impactaron entre los ufólogos de la época, como Operación Caballo de Troya (título luego vampirizado por J.J. Benítez) y El enigma de las extrañas criaturas (Ed. ATE, Barcelona, 1981).
DOBLE RASERO. Sus creencias tenían dos filos: por un lado, le perseguía la idea de que “alguien” (jamás decía quién o quiénes) “nos quiere hacer creer en extraterrestres”: y, por el otro, denunciaba los bucles de razonamiento conspirativo de sus colegas, que veían contubernios militares por todas partes, o empezaban a hacer un uso peligroso de la hipnosis en los casos de abducción. A la vez, cuando entrevistaba a testigos de ovnis, creía en asuntos bien difíciles de creer. “Varios testigos de cosas insólitas –me dijo en 1986– tuvieron síntomas de enfermedades venéreas, como infecciones en la próstata (…) he descubierto a mujeres que casi siempre estaban en su período menstrual”. Cuando le pregunté si estaba sugiriendo cierta clase de vampirisimo, no sólo me dijo que sí. Citó el caso de un ovni que asedió a una ambulancia “llena de sangre fresca”. Cualquier cosa que esto pudiera significar, ya que él había abandonado la hipótesis extraterrestre en 1967.

LEYENDA APOLILLADA.
Bajo la dirección de Mark Pellington y Richard Gere en el papel del periodista “John Klein”, en el 2002 se estrenó el film basado en su obra, The Mothman Prophecies (Las Profecías del Hombre Polilla, 1975). Una criatura de ojos rojizos que -si alguien los miraba- “estaba condenado a morir en seis meses”. Julio Arrieta, a propósito de sus historias, se preguntaba: “¿Keel es sólo un caradura o realmente se cree las tonterías que dice?”. No tengo ninguna evidencia aparte de la charla que mantuvimos hace 25 años. Para mí, Keel creía honestamente en sus historias. Propongo que cada vez que dejemos una bolita de alcanfor en el ropero, le dediquemos un pensamiento al maravilloso John Keel. Que en paz descanse.

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John A. Keel Has Died, en Cryptomundo. Por Loren Coleman

John Keel: «Alguien nos quiere hacer creer en extraterrestres». Por J. A. Huneeus y A. Agostinelli

Ciertas profecías nunca se apolillan: otro ufólogo asciende a Hollywood. Por Patricio Abusleme

John Keel, el conspiranoico. Por Julio Arrieta

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El lanzamiento de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina tuvo efectos colaterales, la mayoría de ellos felices, otros no tanto. Eso sí, casi todos fueron divertidos. De las entrevistas radiales, dos se destacan de las demás. Los motivos también son dos:  fueron realizadas por dos entusiastas lectores del libro, Luis Alfonso Gámez (en el espacio que tiene con Javier San Martín en Protagonistas Bizkaia, en Punto Radio Bilbao, España), y Yohanan Díaz (Punto Cero Radio, México), y ambas también se pueden escuchar online.
La nota de Luis Alfonso surgió a partir de una polémica que se desató en España. El colega de El Correo me llamó interesado en nuestra revisión del famoso caso del cabo Armando Valdés Garrido, un militar chileno que, hace poco más de treinta años, declaró haber sufrido una experiencia de “tiempo perdido” durante una guardia nocturna en Pampa Lluscuma, cerca de Putre, en el norte de Chile.
Brevemente, el 25 de abril de 1977 Valdés pasaba la noche con siete conscriptos refugiándose del frío en una caballeriza. La histeria de esa madrugada comenzó cuando vieron una, luego dos luces que no lograron identificar. Valdés fue hacia la luz y desapareció 15 minutos. Luego regresó en una suerte de trance, balbuceando “Ustedes nunca sabrán quiénes somos ni de dónde venimos, pero pronto volveremos”. Horas después, los soldados descubrieron que su barba estaba crecida y el reloj adelantaba cinco días. Esta increíble historia -repleta de detalles novelescos, ahora imposibles de desarrollar- iba a ser parte de Invasores, pero quedó fuera cuando el libro quedó acotado a historias argentinas.

¡QUÉ MENTIROSOTE, IKER! Hace algunas semanas, el cabo Valdés fue entrevistado “en exclusiva” por Iker Jiménez en su programa Cuarto Milenio. En las promociones y cada vez que pudo, Jiménez dijo que la suya era “la primera entrevista en una década”. Para llevar su charla hacia donde le interesaba hizo lo posible por adobar el misterio, como suplicando a Valdés que conservara la versión que tanto jugo dio durante décadas. Jiménez no sólo ensalzó el misterio. También fue al ataque. En el cuarto bloque del programa (ver video, a los 2′  00»), dice: “algunos periodistas han dado entender que fue todo una confusión, que usted fue a hacer sus necesidades, que usted ha hecho una broma a sus propios soldados”. Valdés se va por la tangente y el pícaro animador no repregunta, compra el misterio. El conductor de Cuarto Milenio daba rodeos, le costaba abordar el punto porque -si hubiese sido veraz- se hubiera visto obligado a reconocer que su “exclusiva” era una mentirijilla más, una de las tantas que hay en su programa.

Hace menos de dos años -el 25 de noviembre de 2007-, con el periodista chileno Diego Zúñiga entrevistamos a Valdés en la ciudad de Temuco, en el sur de Chile. El reportaje se publicó en Más Allá (para saber más, descargar pdf), revista cuyo consejero editorial es el escritor Javier Sierra. Nosotros no levantamos a Valdés cargo alguno sino que publicamos sus declaraciones. Valdés, en una entrevista agradable y distendida, nos confió el módico enigma de su desaparición: se había alejado para ir a orinar y luego permaneció sobre una muralla, observando desde cierta altura a las luces y a los soldados, aterrorizados. Los más interesados podrán escuchar el fragmento clave de la entrevista aquí:

De Iker Jiménez podría decir otras cosas, pero, en este caso la ingratitud también duele: gracias a nuestra entrevista supo que Valdés estaba nuevamente disponible. Y así fue como decidió enviar a sus productores a Chile. Sin embargo, despreció la revelación clave de aquella nota, sin tomarse molestias elementales, como consultarnos o pedir el audio de nuestra entrevista, en el peregrino caso de que hubiese querido salir de dudas. Pero pareciera que, a veces, interesarse en corroborar versiones anteriores es algo así como esperar sinceridad de un vendedor de coches viejos. Jiménez, y sobre todo Valdés, saben qué sucedió durante aquel famoso tiempo perdido. “Conocen el final del cuento”, como le digo a Gámez. Y ambos «hacen como que no».

Habiendo tantos enigmas interesantes, Jiménez opta por perpetuar un falso misterio. La gran tontería es subestimar al espectador. Jiménez, y acaso también Valdés, cree que “el show debe continuar”, cuando no hay nada más placentero que aflojar la vejiga y enfrentar la realidad, siempre más atractiva, emocionante e instructiva que la ficción. Yo sé que es poco formal, ¡pero hay que ser adoquín! ¿No creen?

Enlaces

Fragmento de la entrevista de Diego Zúñiga y Alejandro Agostinelli a Armando Valdés Garrido (25/11/07)

El caso del cabo Valdés: la historia del soldado que se fue a orinar y se inventó una abducción

Entrevista a Alejandro Agostinelli en el programa Luces en La Oscuridad (15/12/2008). Descargar audio aquí.

Entrevista de Luis Alfonso Gámez y Javier San Martín en Protagonistas Bizkaia, en Punto Radio Bilbao, España.

“No he sido abducido”. Las claves de un caso que conmocionó al mundo. Por Diego Zuñiga y Alejandro Agostinelli, en revista Más Allá Nro 234.

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“Me pongo triste durante un rato muchas tardes, cuando estoy esperando la hora del ataque. Creo que cuando no haya nadie más que yo en el mundo va a ser un poco raro. Pero se me pasa enseguida”, musita el protagonista de El ataque de los robots nebulosa-5 (2008), el corto escrito y dirigido por el español Chema García (Elche, 1981). Fue presentado y premiado en más de veinte festivales especializados. En los seis minutos y pico que dura “El ataque…” vibran emociones que oscilan entre la calma del protagonista (el actor José Manuel Ibarra) y la tensión que causan sus pensamientos. Hay ilusiones, amor, desesperanza, humor, soledad y vacío. Y un clima de soledad apocalíptica escalofriante.
El ataque de los robots nebulosa-5 fue el único corto español seleccionado en Sundance 2009.
Me encantaría que lo vieran y armar un cine-debate. Lanzo una pregunta, para empezar:

¿No es la película sobre una invasión extraterrestre más tierna que vieron en su vida?

Fuente:
Sección vídeo del periódico La Verdad, de España.

Enlaces:
Blog de Nebulosa 5

Reportaje a Chema García

Agradecimiento:
A Martí Fló, de la Fundación Anomalía, por el enlace.

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Los canguros de Tasmania adictos a las amapolas ¿caminan en círculos? Biólogos, zoólogos y cerealólogos ignoran esta respuesta, básica para deslindar responsabilidades y saber si son ellos, u otro animal silvestre, los autores de las huellas circulares que aparecen en las plantaciones de opio que sostiene a la industria farmacéutica australiana. “Están de la gorra”, delató Lara Giddings, fiscal general de la isla. Al parecer, su única prueba consistiría en que los marsupiales presentan una rara expresión de felicidad; al tiempo de merendar el opiáceo -argumentó- éstos saltan siguiendo patrones circulares. Rock Rockliff, portavoz de la empresa Tasmanian Alkaloids, desestimó el informe de Giddings. Dice que son las ovejas las que consumen las flores alucinógenas tras ser cosechadas. Y que ellas sí habrían sido sorprendidas caminando en círculos. Ya comparan los efectos psicotrópicos de las amapolas con los de la resaca que precedía las copiosas ingestas de cerveza que colocaba a los jubilados Doug Bower y Dave Chorley antes de ponerse a trabajar en los primeros círculos de cultivo descubiertos en Inglaterra, allá por los años ochenta.

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